“EN LA DANZA SOBRAN COREÓGRAFOS Y FALTAN DIRECTORES”
Lo dice Ángel Rojas, que estrena mañana en Teatros del Canal ‘Fronteras en el aire’, segunda parte de su trilogía ‘Geografía Flamenca del Pensamiento’. Nos lo ha contado…
Texto_OMAR KHAN Fotos_BEATRIX MOLNAR / ANA MÁRKEZ
Madrid, 24 de enero de 2025
Mucho ha cambiado la vida de Ángel Rojas (Madrid, 1974). Borrosa va quedando la potente imagen del bailaor enérgico y moderno que irrumpió con Carlos Rodríguez al frente del Nuevo Ballet Español (más tarde Rojas & Rodríguez), la compañía privada que innovó y despuntó en el flamenco de los años noventa con un proyecto rompedor, entonces quizá único, que giró por España y por el mundo, colocándoles en la cresta de la ola. Tanto ha cambiado, que el año pasado se despidió de los escenarios.
A cambio ha ido consolidándose en su lugar otro artista, un director escénico con intereses de mayor calado, ahora al frente de su propia compañía, Ángel Rojas Dance Project, con sede en Móstoles. “Como creador estoy empeñado en demostrar la importancia y el peso social de la cultura, es un intento en el que no pienso cesar. Aunque suene tópico, la pandemia nos dejó saber que la cultura era capaz de salvarnos, y esa es nuestra verdadera fortaleza. Yo ahora trabajo por y para la ciudadanía, he dejado de mirarme a mí mismo para mirar a los demás. Por eso dejé de ser intérprete porque creo que soy más útil en la labor de dirección”, nos confiesa.
Desde 2018 viene ideando sin prisa pero sin pausa un proyecto de envergadura, una trilogía llamada Geografía Flamenca del Pensamiento, asignando a cada creación una figura geométrica, que se inició triangular con Ser baile, un solo muy despojado con el que, justamente, se despidió como intérprete el año pasado y finalizará, no sabe cuándo, con El rey, una creación circular prácticamente sin danza que abordará polifonía y masculinidad con un “cónclave” de doce cantaores, una guitarra y quizá, un bailarín contemporáneo haciendo de bufón. Por lo pronto, este fin de semana (mañana, con función adicional el domingo) estrena en los madrileños Teatros del Canal la segunda entrega, la muy cuadrada Fronteras en el aire, en la que aborda el (candente) tema de la inmigración pero no desde los clichés sino desde la realidad de tres senegaleses que les han cedido sus historias, que serán contadas desde los cuerpos de sus doce intérpretes y el de la ex bailarina del Ballet Nacional de España (BNE) Helena Martín, como artista invitada para la ocasión. En directo, la cantante Alana Sinkey, de Bissau.

Se ha retirado de los escenarios ¿No era demasiado pronto?
No sé si pronto o tarde, pero era el momento y estoy tranquilo con ello, no siento la tentación de subirme a bailar a un escenario, soy un hombre de convicciones y aún me queda mucho por vivir. He tenido una vida como intérprete que nunca habría soñado. He podido bailar lo que nunca hubiese imaginado. La vida te puede brindar, o no, esas oportunidades y a mí me las ha dado. Y no me refiero al éxito, porque el éxito se va por el sumidero cuando acaba la función y sirve para el ego, para los premios y el curriculum. Estoy muy agradecido pero lo que me viene a la cabeza no es ninguna ovación. Lo que de verdad valoro es una sensación, la de haber sido afortunado como pocos.
¿Tuvo desde siempre un coreógrafo dentro?
Más que el coreógrafo, era el director el que estaba dentro. Yo soy director. Creo que en la danza sobran coreógrafos y faltan directores, así de claro. Es la realidad, porque un coreógrafo no necesariamente es un director. A mí es que no me interesa crear pasos… me interesa dirigir, yo sé mirar hacia el otro lado y saber lo que se necesita. No tengo el don de crear pasos pero tengo el de saber mirar más allá de ti, saber lo que necesitas antes de que tú mismo lo sepas… ese es un director, el que cuida de todo y a todos.
¿Qué nos va a contar en Fronteras en el aire?
La obra se divide en dos partes, una primera que es muy importante para mí, en la que hacemos un homenaje a la luz de África, a todo lo positivo de ese continente, lo que nos ha aportado y enseñado sobre las raíces, el respeto a los mayores, el matriarcado… La segunda parte se centra en el viaje, cuando identifican sus carencias, ven hacia Europa y deciden venir. Es una obra legible y asumible para todo tipo de público, lo que no significa que sea comercial, es una creación que está por encima del creador, de los bailarines y de la propia pieza, porque lo importante es su función social: la concienciación verdadera, que nos demuestra lo que el arte es capaz de remover y cambiar abordando una temática como los fenómenos migratorios.
¿Cómo ha sido el proceso?
Hemos hecho numerosos encuentros creativos con los bailarines, han venido músicos y distintos artistas a compartir sus experiencias con nosotros y a ayudarnos a construir los conceptos de la pieza que van sobre el viaje, la procedencia, la identidad, la muerte o la luz, asuntos que nos permitieron comprender la dimensión del asunto, no desde el buenismo blanco sino entender al otro desde sus ojos y zapatos, entender la migración desde el punto de vista real que supone la historia en primera persona de un inmigrante. Los medios de comunicación lo cuentan pero dependiendo de dónde mires, te lo van a contar de una forma o de otra.

Pero contáis sus historias desde el flamenco…
Ni pretendemos ser africanos ni bailar como ellos. Le hemos dado muchas vueltas porque hay bastantes similitudes entre sus danzas y el flamenco en cuanto a ritmo, percusión, lo telúrico y sobre todo, que son bailes populares de tribu como el flamenco, que es un baile tribal de etnia. Mis soluciones escénicas vienen de profundizar en lo que tengo, y eso solo lo consigues si tienes fe en ti mismo y en lo que estás haciendo. Soy muy crítico conmigo mismo y si algo chirría soy el primero que lo cuestiona.
Y entonces ¿cómo los hace presentes en escena?
Quince minutos de audio traen a escena sus voces en wólof [lengua no oficial practicada en Senegal y Gambia], que se escucharán sin traducción, porque pensamos que no hacía falta, ya lo baila Helena Martín en un extraordinario solo de una manera muy sutil. Sus testimonios narran no solamente su viaje y experiencias sino lo que significa su continente, su país y, en especial, su religión… yo he vivido muy confrontado con la fe católica y aún sigo sin esa necesidad de creer en un Dios, pero este trabajo me ha sanado y me ha hecho ver la importancia que tiene la fe para otros, es algo que les salva, que les ayuda y eso hay que respetarlo. He descubierto la fortaleza de la fe.
¿Está contento con Ángel Rojas Dance Project?
Estoy contento con el proyecto pero también te digo que no es para siempre… los proyectos están vivos, cambian, entran, desparecen… yo fui fiel al Nuevo Ballet Español durante 20 años y le di más a esa marca que lo que esa marca me dio a mí. El NBE estaba ya agotado cuando lo dejamos. Llegó un momento en que mi manera de ver el arte ya no tenía cabida en ese proyecto. En 2013, un año antes de que acabara, ya me había despegado. Aunque seguía cuando se estrenó la última producción, Titanium, yo ya estaba fuera, me estaba interesando más por la gestión y me había dado cuenta de cuál era mi camino, quería enseñarme a mí mismo cómo ser un director artístico. Y aún me queda un campo por aprender… ahora mismo estoy en un momento de mucha transformación y toma de decisiones a largo plazo. He mutado la piel, la tengo aquí al lado…






