ROCK Y PERREO DESPUÉS DE LA CÁRCEL
El musical ‘Los días afuera’ no es, precisamente, ‘El rey león’. La argentina Lola Arias presenta en el Festival Grec ‘Los días afuera’, protagonizado por personas cis y trans, que han salido de la cárcel. Nos lo ha contado…
Texto_BEGOÑA DONAT
Madrid, 09 de julio de 2024
En 2019, la directora de cine y teatro bonaerense Lola Arias presentaba en el Grec Festival de Barcelona su obra documental Campo minado, protagonizada por veteranos, tanto ingleses como argentinos, que hacían recuento personal de la guerra de las Malvinas. El espectáculo completaba un proyecto que había arrancado con la película Teatro de guerra. Otro tanto hace ahora, los días 13 y 14 de julio, en el Teatre Lliure en el contexto del mismo festival. El musical Los días afuera conforma un díptico con la película Reas. Si en la propuesta cinematográfica, estrenada esta pasada edición de la Berlinale, sus protagonistas eran un grupo de mujeres cisgénero y personas trans que recreaban sus respectivas experiencias en distintas cárceles de Argentina, en la escénica, sus protagonistas ahora en libertad vuelven a cantar, bailar y actuar en la reconstrucción de sus vidas fuera de prisión. A ritmo de cumbia o de pop reflexionan en primera persona sobre la vuelta a casa después de la privación de la libertad, sobre los desafíos, los deseos más íntimos, la transformación del barrio, de la familia y del propio cuerpo.
¿Qué fue primero, el interés por la reinserción o por el género musical?
Cuando hace unos años presenté en la cárcel de Eceiza mi película Teatro de guerra, vi que había un interés muy grande por hacer trabajo artístico, una necesidad y un deseo de expresión en personas privadas de libertad. De ahí surgió un taller donde empecé a escuchar las historias que habían experimentado en la cárcel y lo que las había llevado hasta ahí. Aquella experiencia me dio la idea de que la música y la coreografía podían ser herramientas para generar un espacio de libertad, de brillo y de glamur en historias que son oscuras, tristes y muy violentas. Desde ese primer taller creció una semilla que a lo largo de estos años ha ido cambiando de forma.
En los últimos años, en Argentina y Uruguay han coincidido historias ligadas a lo marginal representadas como algo atractivo, cuando en realidad suceden en entornos violentos. ¿Cómo ha evitado glorificar el entorno marginal?
Existe un límite delicado entre reproducir la estigmatización que querés poner de relieve y mostrar a las personas a través de su belleza, de sus potencias y de su capacidad. Durante el proceso de creación nos hemos estado diciendo todo el tiempo: «Por favor, no caigamos en el realismo carcelario». Queríamos evitar una representación que hiciera de la violencia un espectáculo. Para nosotros era muy importante que lo que estuviera de relieve fuera la solidaridad, el amor y los vínculos que sostienen a esas personas en medio de una situación de violencia y de opresión. De forma que tratamos de poner el foco en esa comunidad que se construye en medio del desastre y que las salva.
Las letras de la música están muy meditadas, pero ¿qué hay de la expresión corporal? ¿Cómo trabajó los bailes?
Hay todo un trabajo con un equipo que ya tenía experiencia con personas privadas de libertad. Por un lado está la composición de la música y las canciones a cargo de Ulises Conti y de Inés Copertino. La parte de baile se trabajó con una coreógrafa, Andrea Servera, que tiene mucha experiencia trabajando con personas trans. En relación a los géneros, tratamos de trabajar con estilos que vinieran de elles. No queríamos imponer un tipo de música, sino ver qué era lo que traían, y la cumbia, el perreo y el rock son géneros que elles habitan, porque los bailan dentro de la cárcel. Quisimos darles un espacio y un reconocimiento. En lo que respecta al vogging, la actriz Noelia Luciana Perez nos ha contado cómo le cambió la vida y la empoderó: de estar en una esquina trabajando como trabajadora sexual a convertirse en la estrella del baile en un kiki ball, donde fue coronada. Tratamos de mostrar cómo el baile y la música son elementos de empoderamiento, cómo el arte puede darles un reconocimiento y un lugar.

¿En qué medida ha sido diferente el trabajo con las personas trans, cuya vivencia dista de la del resto de antiguas presas?
Su presencia hace visible que en la cárcel no solo ha crecido la población de mujeres cisgénero, debido a las nuevas leyes contra el narcotráfico, sino también la de personas trans, debido a las oportunidades que tienen de conseguir un trabajo, de tener un lugar en la sociedad, de en qué medida son empujadas a hacer cosas ilegales para sobrevivir. En el caso específico de la cárcel de Eceiza es interesante, porque desde hace no mucho tiempo existe una sección trans en la cárcel de mujeres. Se ha convertido en el espacio donde están más a salvo. Antes no era así, las mujeres trans iban a la cárcel de hombres y vivían de todo, violencias y violaciones. Y si los hombres trans fueran a la cárcel de hombres también se enfrentarían a todo tipo de abusos. Sin embargo, el reconocimiento de estas identidades todavía es un trabajo en progreso, porque como cuenta el actor Nacho Amador, a las chicas trans les daban su tratamiento de hormonas, y a los chicos, no. O sea, que siempre hay una identidad que no es reconocida, que no se toma en serio.
¿Cómo surgió el seguimiento, tras el rodaje de la película, de la evolución de las protagonistas?
Tras el estreno en el festival de Berlín, volví a Argentina a continuar mi trabajo con ellos para explorar la vida después de la cárcel, cómo son las relaciones con la familia, el trabajo, la aceptación social... Me hace feliz pensar que el proyecto no es solamente artístico, sino que también da herramientas, esperanza y trabajo a un montón de personas que en este momento están en una situación muy vulnerable. La obra necesita que ellos estén ahí para que se haga. Se estrenó en Buenos Aires en mayo y ahora tenemos un año de gira.






