BORIS CHARMATZ OFICIÓ MISA EN SU CATEDRAL

 ‘Liberté Cathedrale’ se ha estrenado en la Bienal de la Danza de Lyon como la carta de presentación del creador francés al frente de la compañía alemana de Pina Bausch. Allí estuvimos y esto nos pareció…

 

 

Texto_OMAR KHAN

Lyon, 22 de septiembre de 2023

El coreógrafo francés Boris Charmatz, ya instalado en la cúspide, ha recordado que cuando estudiaba en el Conservatorio de Lyon vivía frente a la Catedral de Saint-James y estaba verdaderamente fascinado con el tañer de sus campanas cada cuarto de hora. Ayer volvió a la ciudad francesa y trajo consigo la consecuencia de aquella fascinación. El estreno de Liberté Cathédrale en la enorme nave de Usines Fagor, punto de concentración este año de la Bienal de la Danza de Lyon, era uno de los capítulos más esperados del relevante encuentro dancístico francés. En primer lugar, porque se trataba de su carta de presentación oficial como nuevo director artístico de Tanztheater Wuppertal Pina Bausch y en otra instancia, porque desde hace unos años cada estreno suyo de gran formato genera gran expectación.

Aquí se podía constatar la grandeza de ambas cosas: el gran formato a pesar de no disponer de escenografía alguna y la enorme expectación generada entre unos invitados de lujo, que incluía parte de la élite de los programadores internacionales de los teatros y festivales más reputados, principalmente, de Europa.

Dividida en tres partes, Liberté Cathédrale hace arquitectura desde la danza y construye una catedral laica e inmaterial, sin paredes ni campanarios, que está hecha desde las ideas, desde las nociones, recuerdos y sobre todo, sensaciones, que tenemos de una catedral, construida aquí en complicidad con los cuerpos de los 30 bailarines, que vienen unos de Terrain, su propia compañía, y otros de Wuppertal.

La primera parte, aunque muy física, es en realidad una instalación sonora. Los bailarines entonan un cántico mientras se mueven incesantes por el enorme espacio diáfano de Usines Fagor. Eso hace que al público, dispuesto en un rectángulo que bordea todo el espacio, le vayan llegando grupos de voces que se van alejando y se cruzan y entremezclan con las que vienen entrando, gracias a otro grupo de cantores que se nos aproxima. Se producen así olas de sonidos, que en el espacio de la nave enorme asemejan la acústica característica que se produce en iglesias y templos. Toda la escenificación, con los bailarines vestidos de negro, tiene aires rituales.

 

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Campanadas

En la segunda parte llega un estruendo de campanas y órganos, que provoca una agitación escénica que contrasta con el inicio. Hay armonía y comunión de grupo, pero no unísonos ni sincronización. Pareciera que el coreógrafo ha montado un solo diferente a cada uno de sus treinta intérpretes y los va moviendo sobre el espacio, integrándolos en el todo, que luce armónico y coherente.

La tercera parte pareciera evocar directamente, sin imitarlos ni recrearlos, los rituales específicos de una catedral: misas, procesiones, funerales, comuniones… el gesto reclama protagonismo como si quisiera subrayar el papel que juega el componente humano en estas construcciones monumentales. El hecho, nada azaroso, de ir integrando a algunos espectadores, que terminan confundidos entre los intérpretes, intenta subrayar la idea de que bailarines y público formamos parte indisociable de este lugar.

Boris Charmatz te hace creer que estás en una catedral evocándola y no recreándola. Todo un logro como propuesta coreográfica. Parece un espectáculo desnudo y despojado, pero nada más lejos en esta portentosa producción. La iluminación -luces planas blancas o de colores opacos- para cada sección, es espectacularmente sencilla al tiempo que la modulación del sonido es verdadera obra de ingeniería. El equipo de bailarines luce compacto y comprometido, excluyendo quizá a Michael Strecker, el único histórico de la desmantelada compañía original de Pina Bausch que, aunque desentona, luce entrañable en su decidido intento de renovarse o morir.

No es fácil asimilar que Wuppertal Tanztheater Pina Bausch haya dado este giro radical. Parece lícito preguntarse si no hubiese sido más idóneo, más coherente, nombrar como Director Artístico un creador cercano a la danza-teatro que creó y cultivó la coreógrafa alemana. Pero es lo que hay.

Las razones que llevaron a Charmatz a ocupar ese cargo siguen siendo un misterio. No es culpa suya, en cualquier caso. Lo contrataron conociendo su línea de trabajo y se supone que sin aspiraciones a que se pareciera a la difunta creadora, lo que sería un disparate. De hecho, su estética y modos son ya perfectamente reconocibles. Habrá que acostumbrarse a que desde ahora, la compañía alemana es así. En cualquier caso, Liberté Cathédrale, es una obra de indudable envergadura e interés, aunque un poco larga habría que decir…

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