FUCK ME & LOVE ME
La creadora argentina Marina Otero debuta hoy en el Festival de Otoño de Madrid, presentándonos la feminidad tóxica, que consiste en subirse al escenario y someter a cinco machos. Nos lo ha contado…
Texto_OMAR KHAN Fotos_MATÍAS KEDAK / NORA LEZANO
Madrid, 15 de noviembre de 2022
Puede sonar retorcido pero en medio del dolor físico producido por una lesión en la columna, producto de bailar a lo bestia, y ante el desespero que produce estar mal y no encontrar ninguna cama en los hospitales de tu ciudad, a Marina Otero (Buenos Aires, 1984) se le ocurrió trabajar una obra en la que fuera ella la que cosificara a los hombres, una suerte de machismo al revés que supusiera su venganza, porque en su vida personal ha tenido una indeseada pero inevitable dependencia de ellos.
La llamó Fuck Me porque durante todo el proceso nunca pudo tener sexo, la estrenó en Argentina tres días antes del apagón de la vida por la pandemia, y después la trajo al FIT de Cádiz, y también a París, donde ha triunfado. Ahora, hoy y mañana, la presenta en el 40º Festival de Otoño, de Madrid, en la Sala Verde de Teatros del Canal, antes de llevarla al Festival Temporada Alta, de Girona, el 11 de diciembre y a Barcelona el año próximo. Adicionalmente, presentará también en el festival madrileño su continuación, el solo Love Me, que se verá los días 25 y 26 de noviembre, en Réplika Teatro.
“Cuando hice Fuck Me el dolor me atravesaba el cuerpo. No tenía una dolencia de vida o muerte pero era horrible”, nos relata. “En todo este periplo quise hacer una obra que hablara del dolor desde la belleza, una pieza llena de cuerpos vitales en oposición a la enfermedad, quería ver hombres lindos, hegemónicos y bellos, hablar de cosas que dieran ganas de vivir y coger. En ese momento era para mí importante volver a tener deseo. Y la obra tiene todo eso: dolor, muerte y vida…”
Convocó a cinco bailarines muy masculinos, muy potentes y bellos, y en medio se colocó ella misma como figura dominante, que los obliga y los doblega, los machaca y los somete. “Lo que no puedo en la vida real, lo hago en la ficción. He querido hablar del sometimiento que muchas veces en la historia las mujeres hemos padecido y cómo hemos sido víctimas de la masculinidad tóxica pero me interesaba hacerlo dándole la vuelta, creando una situación en la que yo fuera la tóxica, la líder, y ellos los sumisos. Darle la vuelta al guante a modo de venganza”.
Marina Otero quiere enviar un mensaje a la sociedad machista, especialmente a los machos vernáculos como su bisabuelo, emigrante gallego que zurraba a su mujer y se volvió solo a España para no matarla. “Pero los machirulos no vienen a verla. Vienen muchos gays”, se queja. “A los hombres que intentan deconstruirse, la obra los pone en un lugar cosificado y los hace pensar. En Lyon, en plena función, dos tíos se liaron a golpes durante una escena en la que cuatro de los intérpretes violan a un quinto, que me representa a mí… es una escena que ha sido muy polémica y que ha irritado todavía más a las feministas por todo este asunto de la manada”.
La espera desespera
Si Fuck Me se hizo con ella postrada en la cama de un hospital, su continuación, el solo Love Me, se gestó durante el binomio fatídico pandemia-confinamiento. “Parte de una situación distinta. Está hecha desde la pausa y la espera, desde los pensamientos que genera la espera. Es una obra difícil de ver y hacer si no te conectas, si no te haces cómplice de lo que plantea. No está pensada para que puedas observarme sino observarte tú mismo y eso siempre es cruel. Parte del público al que le ha gustado Fuck Me se enoja cuando ve ésta”.
Love Me supuso además su despedida de Buenos Aires. Desde marzo, Marina Otero se ha instalado en Madrid en busca de nuevos horizontes. “Se me había terminado algo en Buenos Aires, tanto en lo personal como en lo artístico. Me encanta la docencia pero no quería seguir dependiendo de ella para vivir. Mi mayor goce está en la creación y se me abrieron puertas internacionales, lo que se juntó con una necesidad de cambio drástico, así que hice un reseteo y me vine aquí como una manera de dar la vuelta a la hoja, de dar un volantazo”.
Aunque no le iba del todo mal, se adueña del dicho nadie es profeta en su tierra, y quiere creer que por aquí estará mejor. “La recepción del público en Argentina ha sido generosa pero no hay una valoración institucional ni económica por lo que haces. Y eso que no soy de grandes producciones, me gusta trabajar con poco, pero para crear necesito tener la panza llena, disponer de tiempo, comprar libros, ver espectáculos. Por otra parte, geográficamente, Argentina limita el acceso al intercambio. Es verdad lo que dicen, está buenísimo el teatro en Argentina, pero a la larga se vuelve endogámico, es elitista”.
Aquí respira aire renovado. Es consciente de que su trabajo seguirá progresando en paralelo y en función de su vida y sus vivencias. Así ha sido siempre. Sus obras tempranas, Andrea y Recordar 30 años para vivir 65 minutos fueron hechas a partir de lo que le ocurría en ese tiempo. “Siempre me pregunto lo mismo: ¿para qué hago esto? ¿me repito o hay una evolución? El dolor, por ejemplo, es sistemático, siempre aparece. Soy de las que critican a los artistas que se repiten, lo que pasa es que yo me repito pero nunca de la misma manera. Es un loop con variaciones sutiles”.
En cualquier caso, ya está pensando en una nueva creación, que probablemente estará influida por su renovada vida en Madrid. No quiere hablar mucho de ella porque está en gestación. “Probablemente la llamaré Kill Me”, adelanta.
