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ESCONDE LA CABEZA 

L’Explose, la compañía más relevante de Colombia viene esta semana a Matadero Madrid, y luego a Donostia, con 'La mirada del avestruz', su obra más importante. La ocasión es propicia para recordar a Tino Fernández, el asturiano ya fallecido que la hizo posible. Lee el amplio reportaje…

 

Texto_OMAR KHAN Fotos_CARLOS MARIO LEMA

Madrid, 05 de junio de 2022

Esa mujer avanza hacia proscenio y sin mediar palabra, nos mete un tiro. Así, con un disparo a la audiencia, comienza La mirada del avestruz. ¿Puede haber un inicio de coreografía más violento? Tino Fernández (Navia, Asturias, 1962 – Bogotá, 2020) creía que no. Y era exactamente eso, lo más violento, lo que buscaba representar al estrenarla con su compañía L’Explose, en 2002, cuando ni siquiera podía sospechar que sería la creación más emblemática de una larga trayectoria ni mucho menos que estaba llamada a convertirse en un verdadero clásico de la corta historia de la danza contemporánea colombiana.

A veinte años de aquella primera función y a dos de la muerte de su autor, La mirada del avestruz ha sobrevivido. Fue remontada el año pasado como acto central del sentido homenaje que al coreógrafo español le rindió la Bienal Internacional de la Danza de Cali y vuelve a nuestro país esta semana para recordarnos su importancia y legado en las Naves del Español Matadero, de Madrid, del 09 al 12 de junio, y en el Teatro Victoria Eugenia, de San Sebastián, el 18.

“Nos pasó algo con esta pieza que fue sorprendente”, rememora hoy Juliana Reyes, la que fuera dramaturgista de la compañía y actual directora del colectivo colombiano tras la inesperada muerte de su alma mater. “Había conciencia de la belleza, de la fuerza de la imagen, pero al mismo tiempo hacíamos una obra social que intentaba comprender y documentar cómo ocurría la violencia en la Colombia de aquel momento. El tema era muy local pero la puesta en escena universal, trascendía la anécdota y el tiempo, y creo que es por eso que se ha convertido en un clásico”.

Para entender el gran impacto y conmoción que suscitó esta coreografía se hace necesario entender Colombia en aquel momento. Por un lado, estaba la situación de emergencia y desasosiego que vivía todo el país con el brutal recrudecimiento de la violencia, la guerrilla, los paramilitares, los muertos y desplazados, una situación que en mayor o menor medida afectó la vida de todos, y por otro, un movimiento de danza contemporánea autóctono que buscaba canales expresivos propios que no fueran solamente una copia de lo que ocurría en Estados Unidos o Europa. Empecemos por lo segundo.

 

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Danza Teatro

A finales del siglo XX, América Latina encontraba en la danza-teatro de Pina Bausch algo más que asidero y referente. Aunque la obra de la célebre creadora alemana no fue especialmente combativa en la denuncia política, su capacidad para abarcar y representar el espectro emocional del hombre contemporáneo encajaba perfectamente en las necesidades y emergencias expresivas de aquellos países viviendo situaciones límite de violencia, desigualdad e injusticia social. Tino Fernández, que tras su experiencia en España había participado en la efervescencia creativa de París, llegó a Colombia con las formas, estéticas y maneras del discurso pero encontró en la emergencia, vivencias y contradicciones socio-políticas de la gente de Bogotá los contenidos para su trabajo.

“Es verdad que cuando Tino hizo La mirada del avestruz estaba muy influenciado por el lenguaje de danza teatro de Pina Bausch”, admite Juliana Reyes, “y puede que se parezca en la estética, en la tierra y las sillas, en las formas… pero lo más rico, el gran hallazgo de esta obra es que es muy colombiana, consigue hablar del tema de la violencia en el país, de los desplazamientos, de asuntos muy serios y muy duros, y fue eso lo que la hizo icónica”.

La metodología de trabajo tampoco fue ajena a los modos de la precursora de la danza teatro alemana. El material que fue la savia de muchas de las coreografías de L’Explose lo aportaban los bailarines desde sus propias experiencias vitales. “No sé cómo ocurría pero siempre terminábamos involucrando nuestra vida en la creación”, reflexionaba el bailarín John Henry Gerena a Juliana Reyes en el libro En el corazón de la creación, 25 años de L’Explose, que ella publicó en 2017 a propósito de los 25 años de la compañía.

Sabiendo que el tema de la violencia en el país lo habían vivido y experimentado todos sus habitantes en mayor o menor medida, el punto de arranque creativo de La mirada del avestruz se centró principalmente en las confesiones de cada uno de los bailarines, que contaban desde su cuerpo cómo habían vivido y cómo les había afectado en lo personal esta situación de violencia que se expandía por todas partes. Lo más íntimo servía entonces para hablar de lo más universal.

“Cada uno hizo un trabajo introspectivo, un viaje interior que le permitiera analizar desde dentro lo que se estaba viviendo en Colombia con la violencia: el tema de la guerrilla, los paramilitares, las bombas y secuestros, un momento muy oscuro del país que nos tocó vivir y que, en alguna medida, nos afectó a todos”, relata hoy Lina Gaviria, bailarina que durante años fue musa de Tino Fernández en muchas de sus creaciones. “Cada cual desde su propia narrativa hizo aportaciones que ayudaron a construir una dramaturgia hecha desde las propias emociones y vivencias de todos los que la bailamos”.

Obra de tierra y agua, de zapatos vacíos y dolores enquistados, el título La mirada del avestruz alude a la necesidad de esconder la cabeza como el avestruz para evitar ver el horror de lo que ocurre. Y como muchas de las obras de L’Explose, parece inclinarse de manera especial por la situación de la mujer en este contexto brutal. Indaga en la memoria, el miedo y sobre todo, el desarraigo de las desplazadas, las que debieron dejar forzosamente su casa y entorno para enfrentarse a una nueva realidad en sitios hostiles donde no encajaban ni eran queridas ni aceptadas. Las mujeres aquí quieren contar y los hombres las callan. Ellas quieren hablar y la violencia las silencia.

La obra es también físicamente exigente. Es un trabajo de resistencia que impone sobrepasar el cansancio para ser eficaz. Lina Gaviria lo recuerda perfectamente: “Es físicamente muy dura, bailar en esa tierra negra que se te mete por todos lados y que a veces hasta tenía gusanos, era todo un reto pero Tino sabía estimularnos para darlo todo y el resultado era muy gratificante. Bailar esa pieza te llevaba al cansancio absoluto, yo recuerdo que sentía cómo se me desgarraban los músculos”.

 

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Adieu París

Siempre guiado por los afectos y lo emocional, fue el amor justamente el que sacó a Tino Fernández de París y lo condujo a Colombia, país extraño y ajeno, al que se fue siguiendo a su pareja de entonces. Y con él se llevó su proyecto. En Bogotá encontró una tierra deseosa de ser abonada: unos inquietos bailarines, una disposición, una necesidad creativa… pero tardó en descubrirlo. “Durante la primera época estuve cerrado a ver solo lo malo, a comparar mi nueva realidad con la que había dejado en París, hasta que un día me dije que si no cambiaba de actitud no tendría sentido quedarme”, confesó el coreógrafo español a Reyes para su libro.

Él había abandonado su España natal y se había instalado en Francia, donde intentaba abrirse camino como bailarín e incipiente coreógrafo. Allí, a inicios de los noventa, fundó L’Explose, con la que estrenó sus primeros trabajos, destacando El silencio de las palabras (1992), un dueto sobre el incesto basado en Baby Doll (1956), la contundente película de Elia Kazan, con texto de Tennessee Williams.

Abordar un incesto implica, principalmente, desnudar y exponer relaciones y emociones humanas tremendamente tormentosas. Y ese sendero retorcido, el de las relaciones complejas y complicadas, sería hilo conductor de toda una obra y una seña de identidad de casi todas las propuestas de L’Explose. “Mi búsqueda artística es, en últimas, una búsqueda de afecto, de amor y aprobación”, confesaba el coreógrafo. “Todos los personajes que he creado están ávidos de sentirse queridos, necesitados, gustados, protegidos…”

En El tiempo de un silencio (2004), cuando ya estaba dejando de bailar, abordó los conflictos de pareja y los escenificó como un concierto de bofetadas entre él y Gaviria, quien años antes, en 2001, había sido su intérprete para el solo ¿Por quién lloran mis amores?, en el que un escenario lleno de vasos de cristal parecía hablar de la fragilidad de la bailarina, a la que había sometido a un doloroso exorcismo sacándole sus propios fantasmas internos.

En Sé que volverás (2000), obra sobre la melancolía que supuso la proyección internacional de L’Explose, tomó partido por las mujeres víctimas del macho latinoamericano. Pero también hubo trabajos duros que le tocaban personalmente. El punto de partida de La razón de las ofelias (2008) fue el proceso de enajenación mental de su propia madre que padecía esquizofrenia. “Los temas que abordaba eran los que tocan el alma y el corazón, los profundos dolores, la atracción entre los seres humanos, la sexualidad, la guerra y la estética femenina”, asegura Lina Gaviria. “Ahondaba en la vida y los sentimientos de sus intérpretes. También estaba presente el desarraigo, un tema que le tocaba muy directamente”.

 

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Turbulencia emocional

Las emociones y los afectos no eran solamente los temas sobre el escenario. En su propia vida, ese aspecto tenía especial relevancia. Después de todo, Tino Fernández era el artista impulsivo que por amor había abandonado la cosmopolita París y se había instalado en Colombia, un país totalmente extraño a su cultura. “No puedo tener una relación laboral sin una implicación afectiva. Necesito amar a la gente con la que trabajo”, confesó.

No tenía una valoración positiva de La huella del camaleón (1998), una de sus coreografías más importantes de la época temprana, porque esa obra supuso la ruptura con Victoria Valencia, la actriz que hasta el momento había sido amiga y musa. Entonces no lo sabía pero el odioso incidente le trajo un nuevo vínculo afectivo que se mantendría muy sólido hasta el fin de sus días. La sustitución in extremis tras la pelea y ruptura, se la hizo Juliana Reyes, a quien conocía poco y terminó siendo un pilar fundamental de L’Explose, su mano derecha, su dramaturgista y ahora en su ausencia, su directora. Tino Fernández era muy emocional. Lo confirman los que le conocieron.

“Era inseguro, pero a diferencia de muchos que convierten su inseguridad en coraza, él cultivaba relaciones afectivas queriendo y haciéndose querer, así propiciaba un ambiente cómodo en el que él y todos se sentían seguros. Creaba un juego de seducción en la manera de trabajar y conseguía que la gente estuviera a gusto, se abriera y se dejara llevar”. Él mismo se lo confesó a ella en su libro: “Soy una persona terriblemente insegura. Cada creación me pone en un estado de ansiedad aterrador, en el que me digo que no voy a ser capaz de hacerlo”.

Había nostalgia por España. L’Explose visitó en varias ocasiones nuestro país. El españolísimo tema del torero, traducido en metáfora de eros-tánatos, fue preocupación de su obra Frenesí (2006), con la que además conquistó la Bienal de la Danza de Lyon, y para su pieza En Otra Parte (2010) reunió a los bailarines de L’Explose con el equipo de TenerifeDanzaLab, proyecto del Auditorio de Tenerife, liderado entonces por Helena Berthelius. Pero nunca consiguió en casa el reconocimiento merecido. Su muerte apenas fue reseñada por la prensa nacional. Dicen que nadie es profeta en su tierra… pero se puede ser héroe en tierra ajena.

Su nombre es hoy insoslayable a la hora de abordar la historia de la danza contemporánea colombiana.  “L’Explose aportó una mirada amplia a la danza. Hasta la aparición de la compañía, la danza contemporánea de Colombia fue muy local y muy cerrada”, asegura convencida Juliana Reyes. “Tino trajo amplitud de mirada, no tuvo miedo a la hora de arriesgar ni a dejarse influenciar. Otra aportación importante fue la profesionalización de la disciplina. Se preocupó por tener un lugar bien dotado para poder ensayar, pagó sueldos a los bailarines, abogó por la danza como una profesión en Colombia”.

Para Lina Gaviria el mérito de L’Explose reside en haber sabido posicionarse como la compañía de danza más relevante del país y nos enumera sus razones. “Lo primero es que consiguió formar una familia muy estable de artistas. En Colombia surgían muchas compañías e iniciativas pero no conseguían continuidad. Segundo, la calidad del trabajo, con producciones de muy buena factura y muy profesionales, que se han mantenido activas. Y por último, ha conseguido una proyección internacional que no ha tenido ninguna agrupación de danza del país”.

 

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Un dolor que te sobrepasa

La muerte de Tino Fernández, el 17 de enero de 2020 en una clínica de Bogotá debido a deficiencias linfáticas, fue fulminante e inesperada. La pregunta de qué pasaría con L’Explose nadie se la hizo porque todos los suyos estaban en shock. Juliana Reyes no podía creerlo. “Cuando uno tiene un dolor que te sobrepasa, no hay tiempo para pensar. Yo no pensaba en qué iba a pasar con la compañía, en realidad no podía pensar en nada. La muerte de Tino sobrevino rápida, sorprendente. Incluso dos o tres semanas después de que nos enteramos del cáncer yo pensaba que sí, que era peligroso, pero lo había visto siempre tan vital que sentía que a él nada malo podía sucederle”.

Pero le sucedió. Y su dramaturgista, la que estuvo detrás de la construcción de sus obras más relevantes, entendió que debía seguir. Que había que preservar su legado y empujarlo más allá. Murió Tino, pero no L’Explose. Reponer La mirada del avestruz lo mantiene vivo y crear nuevos repertorios asegura el crecimiento y la continuidad de lo que él sembró. Hace pocos meses, tras la pandemia, un creador, también de España, abrió un nuevo horizonte para L’Explose. Sharon Fridman, como coreógrafo invitado, estrenó con el colectivo colombiano Crudo equilibrio. Tuvo éxito. Y avivó así una chispa que parecía apagarse.

“Quería para la compañía un nombre que insinuara esa energía física que estaba encontrando, que chocara, que golpeara, que saliera con fuerza…” Con esas palabras Tino Fernández describió a Juliana Reyes el impulso vital que, en París, dio origen al nombre de su aventura. Y ahora, gracias a ella, L’Explose sigue explosiva.

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