MITAD HOMBRE, MITAD MÁQUINA
‘Centaur’, que se estrena el próximo fin de semana en Teatros del Canal, es una reflexión sobre la inteligencia artificial ideada por el coreógrafo sueco Pontus Lidberg para Danish Dance Theater. De la obra, de su vida y de la vida nos ha hablado…
Texto_BEGOÑA DONAT Fotos_MORSEN ABRAHAMSON
Madrid, 27 de marzo de 2022
Bailarín, coreógrafo, cineasta y médico, el sueco Pontus Lidberg (Estocolmo, 1977) lleva desde el año 2009 articulando su vida con afán malabarista. El director artístico del Danish Dance Theater de Copenhague acostumbra a llevar en danza tres proyectos al mismo tiempo, trabajando en su compañía, al servicio de otras y en alguna película. “Proyectos diferentes aportan cosas diferentes. Con mi propia compañía trabajo a largo plazo, por lo que desarrollo conexiones íntimas y profundizo; los trabajos por comisión me llevan a conocer gente, contextos y artistas nuevos y a aprender mucho; y finalmente, el cine es un medio completamente distinto que lleva mucho tiempo. Todos se complementan entre sí”.
El creador comparte sus ideas con susyQ a punto de estrenar su montaje Centaur en el marco de Canal Connect, gran cita internacional de danza y tecnología en los Teatros del Canal, de Madrid. La actuación de Danish Dance Theater será en la Sala Roja, del 01 al 03 de abril.
¿Por qué el centauro, animal mitológico que despierta ecos de la Grecia clásica?
El centauro en los tiempos modernos es la combinación de ser humano e inteligencia artificial. Se puede decir que el espectáculo es un centauro, el resultado de un centauro o ambos.
La inteligencia artificial está cada día más presente en nuestras vidas y la mayoría de las veces con riesgos peligrosos asociados, como la violación de privacidad, los deepfakes y la automatización de armas. ¿Cuáles son los que quería destacar en su pieza?
La tecnología humanizada tira de hilos profundamente humanos, emocionales y biológicos. Se nos seduce fácilmente y, por lo tanto, se nos manipula fácilmente. Por mucho que Centaur entrelace lo tecnológico y lo humano, también es una meditación sostenida sobre su incompatibilidad.
Centaur se ha promocionado con este reclamo: “Si te gustó la película Her [Spike Jonze, 2013], indudablemente, te gustará Centaur”. ¿Está de acuerdo?
¡Guau! Bueno, ambos trabajos tienen temas comunes. Los dos tratan sobre el atractivo y la ilusión de la tecnología humanizada y son muy filosóficos.
Su trabajo suele tener cierto grado de narrativa. ¿Cuál es la de Centaur?
El espectáculo nos insta a considerar lo que es real en nuestra realidad. No obstante, Centaur está planteado más como un viaje que como un relato, tanto nosotros como los bailarines profundizamos en la pieza a medida que evoluciona.
Ha unido fuerzas con la artista visual Cecile Waagner Falkenstrøm, que se hace cargo de una instalación a partir de inteligencia artificial, y para el diseño audiovisual ha trabajado con el relevante artista japonés Ryoji Ikeda. ¿Cómo habéis establecido vuestra colaboración?
Para este proyecto elegí a los artistas más interesantes que pude imaginar en sus determinados campos. La creación de la instalación, que en realidad son diferentes módulos de aprendizaje automático, tomó un largo tiempo y se creó a partir de una estrecha colaboración con Cecile y su equipo de programadores. A Ryoji se le dio la tarea de visualizar datos y proporcionar un marco audiovisual para la pieza.
Ha declarado que desde el inicio de su formación sentía que ser bailarín no era suficiente ¿De qué adolece la interpretación?
Del aspecto creativo. Por supuesto, bailar y moverse puede serlo, no digo que no, pero yo quería mucho más, aspiraba a generar proyectos.
Ha bailado con numerosas compañías, ¿cómo es que nunca ha formado parte de una escuela de pensamiento o de la tradición de algún coreógrafo?
Por instinto. Siempre siento la urgencia de ir en dirección opuesta a la del lugar en el que me encuentro. Hay artistas, no solo coreógrafos, a los que admiro y me han tocado. Pero cuando eso me ha pasado, he intentado comprender qué es lo que habían movido o conmovido en mí, y a partir de ahí seguir mi propio viaje, haciendo algo distinto en un lugar diferente.
Al principio de empezar se encargaba de todo y luego lo compartía con los bailarines, pero más adelante ha ido tratando de abrirse a los intérpretes y a lo que sus cuerpos puedan decirle. ¿Qué le ha llevado a cambiar de enfoque?
Me cansé de trabajar de la misma manera. Encontrar mi propio lenguaje me supuso un gran placer, pero ahora que ya lo he hecho, no siento que siga siendo importante. Lo que trato de expresar es muy personal e indistinto. Cuando creo, lo más importante es el encuentro, conocer a los bailarines.
¿Qué aporta su experiencia como cineasta a sus coreografías?
Una forma diferente de enfrentarme al tiempo, así como la posibilidad de tejer juntos hilos paralelos.
Ha dicho: “Creo que el cine es un mejor medio para mí. Es más preciso y, sin embargo, ilimitado”. ¿Quiere eso decir que llegará el día en que digamos adiós al Pontus coreógrafo?
¡No lo sé!¡Me hago mucho esa pregunta!
Los movimientos que crea están muy condicionados por la conexión mente y cuerpo. ¿Eso implica que evita que los bailarines exploren sus límites?
No tal cual. Es cierto que no les pido que se hagan daño, esto es, no les exijo ir físicamente más allá de sus límites, pero sí que exploren una idea hasta su último extremo.
