CINCO EXTRAORDINARIAS MUJERES
Loïe, Isadora, St Denis, Graham y Pina. Hoy, Día de la Mujer, queremos recordar y subrayar que fueron ellas, todas mujeres, las que marcaron la ruta revolucionaria que siguió la danza durante el siglo XX. Lee sus hazañas…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 08 de marzo de 2022
Cualquier espectáculo de danza contemporánea que se vea hoy en un escenario, el que sea, tiene una deuda con alguna de estas cinco extraordinarias mujeres. En la celebración del Día Internacional de la Mujer hemos querido recordar y subrayar que la consolidación de la nueva danza que emergió en el siglo XX -esa que por fin fue libre, vibrante y sin prejuicios-, la hicieron mujeres fundamentalmente. Fueron varias pero destacan por sus aportaciones cinco: Loïe Fuller, Isadora Duncan, Ruth St Denis, Martha Graham y Pina Bausch. Recordemos lo que les debemos.
LOÏE FULLER (Estados Unidos 1862-1928)
Unos creyeron ver una mariposa Otros una orquídea. Pero no había nada de eso. Lo que hacía Loïe Fuller era danza escénica abstracta, un término ajeno y opuesto al ballet narrativo que se imponía a finales del siglo XIX. Con esos vestidos de enormes proporciones que ondeaba con ayuda de unas varas, la actriz y bailarina descubrió nuevas formas escénicas y cuando se dio cuenta del efecto que ello producía bajo la luz potenciada por la recién inaugurada electricidad, creó colores y ambientes que dieron lugar a lo que hoy conocemos como iluminación escénica expresiva. Su obra maestra, La danza serpentina, nació en la primera página de la historia de la danza moderna.
ISADORA DUNCAN (San Francisco, 1877 – Niza, 1927)
Más que coreógrafa, fue una bailarina libre e impetuosa. Podemos reprocharle que no creara una metodología para aprender su baile, pero debemos celebrarle su valentía y arrojo al proclamar a la danza libre de ataduras y formas preconcebidas. Feminista militante en un período profundamente machista no buscó la trascendencia. Su modernidad, contradictoriamente, la halló en la Grecia clásica, sintió que lo moderno era volver al inicio de todo, cuando no había cuerpos viables para la danza, pesos y estaturas mínimas, ni movimientos que estuviesen fuera de un vocabulario establecido. Con pies descalzos bailó sobre la tierra, lo que hizo telúrica su danza. Reconocimiento nulo obtuvo en su país, al contrario que en Europa, donde fue venerada. Sus llamadas “danzas rojas” promulgaron los ideales revolucionarios de izquierdas.
RUTH ST-DENIS (Estados Unidos, 1879-1968)
En el exotismo de culturas no occidentales consiguió Ruth St-Denis un filón para desarrollar su obra, danzas que desconocían la normativa imperante y que acudían a la espectacularidad de una forma nunca vista. Junto a su marido, el bailarín y maestro Ted Shawn fundó una escuela, la Denishawn, que difundió su manera de entender la danza en alumnos que la admiraron, secundaron y luego renegaron para abrirse su propio camino hacia una danza que sería la que terminaría por imponerse. Dorys Humphrey y, muy especialmente Martha Graham, entre ellos. Creaciones suyas como Rada, Isis o Incienso recorrieron mundo y escucharon ovaciones de sorprendidos espectadores por todo el planeta.
MARTHA GRAHAM (Estados Unidos, 1894-1991)
Le llamaron la Sacerdotisa del movimiento. Su compromiso fue con el aquí y el ahora. No había evasión ni ensueño en la obra de Martha Graham. Sus coreografías estaban en sintonía con los grandes conflictos del hombre contemporáneo y tuvo obsesión por representar desde la danza sentimientos y emociones que algunas veces, como Isadora, buscó en los grandes clásicos de la tragedia griega. Su danza era tan del momento e incluso del futuro que, gracias a ella, se acuñó el término Danza Moderna. Creó una depurada técnica que provocó la expansión de su trabajo por todo el mundo, con gran impacto en Europa, América Latina e Israel, por lo que devino pronto en Escuela. Clytemnestra, Appalachian Springs, Cave of the Heart o el breve, doloroso e insólito solo Lamentation, entre los títulos, hoy ya clásicos, que legó al mundo.
PINA BAUSCH (Alemania, 1941-2009)
La naturaleza humana, con sus contradicciones y virtudes, fue entendida, explicada y escenificada de manera extraordinaria lo largo de la vasta e imprescindible obra de Pina Bausch. La danza-teatro, su gran aportación, no fue más que un camino expresivo para retratarnos a nosotros mismos. Por eso conectó con audiencias de todas las nacionalidades, credos y pensamiento. Sus coreografías, que no fueron narrativas pero tampoco abstractas, se orquestaron desde los sentimientos, emociones y recuerdos que sacaba de lo más profundo de cada uno de sus bailarines, extraordinario grupo de artistas cómplices y co-creadores de una obra significativa -en un inicio pesimista y más tarde, luminosa y divertida-, que conquistó el mundo con sus situaciones absurdas, emotivas, cercanas y a veces demoledoras. La consagración de la primavera, con su gesto feminista, y la existencialista Café Müller, obras tempranas, son fundamentales de la danza del siglo XX.
FOTOS
Abriendo este reportaje: El limpiador de cristales, de Pina Bausch, por Uli Weiss / Loïe Fuller, en 1902, por Frederick Glasier / Isadora Duncan alrededor de 1915, en imagen del Museo Nacional de la Danza (USA) / Ruth St-Denis, con sus bailarinas, alrededor de 1927 / Martha Graham, en Lamentation, en 1930, por Barbara Morgan / Pina Bausch retratada bailando Café Müller, en visita a España en 1987, por Josep Aznar.
