VESTIGIOS DE NIJINSKY
Fue anoche en Condeduque el estreno de Igra, la nueva producción de la compañía madrileña Kor’sia. Fuimos a verla y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Fotos_LUCASZ MICHALAK
Madrid, 30 de septiembre de 2021
Toda la representación la vemos a través de un velo negro traslúcido que crea una sensación de distancia entre ellos y nosotros. Pero no una distancia física sino temporal, un efecto muy logrado que nos remite quizá a esas viejas fotografías con mucho grano de principios del siglo pasado. La iluminación, expresiva y compenetrada con la propuesta, recurre a los blackouts constantes tal vez simulando que se trata de los trozos encontrados de una coreografía perdida, una que ya no se puede reconstruir por completo. La conjunción de estos elementos en alianza con una danza enérgica, calculada y sincronizada, crean una elaborada estética, una noción de belleza contrastada entre lo clásico y lo futurista, acentuado por el uso del rojo absoluto.
Kor’sia vuelve los ojos una vez más al pasado de la danza para reivindicarlo como presente. Igra, su nueva creación estrenada anoche en Condeduque Madrid (que podrá verse hasta el próximo domingo 3), vuelve sobre Nijinsky teniendo como punto de partida una pieza anterior que habían montado por encargo para el extinto Ballet Ullate, de la que no queda prácticamente nada, salvo quizá la cancha de tenis y las pelotitas, que a su vez son el vestigio más reconocible de su inspiración en Jeux, la creación menos conocida de Nijinsky.
La [rigurosa] metodología de la compañía madrileña que dirigen con acierto los bailarines y coreógrafos italianos Mattia Russo y Antonio de Rosa consiste en mirar la danza del pasado con ojos de presente. No adaptan ni remontan esas obras en las que se fijan sino que las usan como catapulta para una nueva creación, que no tiene preocupación alguna por la fidelidad a su original y se va encumbrando (o despeñando, según se vea) por nuevos derroteros.
Guiños eruditos
De esa investigación salen hallazgos escénicos prodigiosos –especialmente en lo formal- pero este alejamiento hace que se desdibuje tanto el origen que apenas quedan unas referencias, unos guiños, algún que otro flash del pasado… y es ahí donde hay un problema todavía no resuelto (ocurría también en su anterior título, Giselle), porque del otro lado del velo negro hay una audiencia que ha llegado con unas expectativas creadas, estimuladas y alimentadas por los mismos Kor’sia pero que, en su proceso de reconstrucción-reinvención terminan apoyándose en unas referencias y unos referentes sueltos e inconexos que ellos suponen que sus espectadores conocen y reconocen. Es un hándicap porque, sin que ellos se lo propongan, les hace lucir un poco pedantes, como si enviaran mensajes encriptados aptos solamente para aquellos del público que han tenido a bien investigar y estudiar estas obras del pasado tanto como ellos lo han hecho. El problema tiene difícil salida porque solucionarlo implicaría desmontar la tesis y cimientos de su metodología de investigación.
Obviando lo conceptual, hay que admitir que Igra tiene gran potencia visual y gran poder de seducción con su cascada de imágenes, sugerentes y surrealistas, siempre preocupadas por la belleza formal. Los Kor’sia son más eficaces moviendo a la masa de bailarines, tienen gran impacto en lo coral y un poco menos cuando se van a solos y duetos, donde se notan influencias de la compañía catalana La Veronal y del griego de moda Dimitris Papaioannou, tan dado a crear monstruos de cuatro patas con dos bailarines enmarañados. Afortunadamente, esas secuencias corales son las que dominan y predominan. El equipo de seis bailarines exhibe poderío técnico y gran compenetración en la exigente sincronización de esta coreografía, a su manera deslumbrante que, con todo, supone un peldaño arriba en la trayectoria de Kor’sia.
