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NUESTRO ANNUS HORRIBILIS

Nunca fue tan triste el balance de la danza del año. Sin posibilidad de ignorar los estragos del coronavirus, hacemos resumen del 2020, año raro, año feo…

 

Texto_OMAR KHAN

Madrid, 31 de diciembre de 2020

No pudo ser peor. Salas cerradas, cancelaciones, suspensiones, giras suprimidas, ensayos parados, confinamiento, artistas sin dinero ni trabajo, estrenos frustrados. El coronavirus atacó con ferocidad a las artes escénicas en 2020, nuestro annus horribilis. La danza, que ya estaba en estado de emergencia y aún no superaba del todo los embates de la crisis económica, se enfrentaba a lo inimaginable: la difundida noción de que el teatro es peligroso. No ya aburrido, caro o selectivo sino peligroso, mortal. Es difícil superar algo así.

No obstante, por las rendijas mínimas de los muros  del confinamiento, los artistas de la danza colaron danza, que es lo que saben hacer. Demostraron fortalezas, descubrieron formas de reinventarse. Internet fue herramienta fundamental de comunicación. La coreografía se hizo doméstica… en el salón de casa, en el váter, el balcón o la ventana. El gato de partenaire, el cameo del bebé. Las compañías ofrecieron sus obras en streaming. Notable fue el aluvión de clases online. Hubo encuentros, debates y festivales enteros totalmente virtuales. Zoom y más zoom. La red se llenó de danza. Se generó un debate sobre la conveniencia o no de la danza virtual, que habrá que resolver, pero cada uno de esos gestos le decía al mundo que la comunidad de la danza existe, está allí y presta un servicio en tiempos tan complicados.

Pasado el confinamiento total, pero con restricciones muy severas para lo escénico, el teatro, bajo el lema “la cultura es segura”, ha demostrado que es posible y no extremadamente arriesgado seguir activo. No ha sido fácil y en esa todavía estamos. En este sentido, habría que destacar la perseverancia de algunas instituciones por romper con este nuevo estigma. Los esfuerzos de festivales como Granada o el Grec por no cancelar insuflaron ánimo a la aporreada comunidad de la danza. Generaron confianza y dieron ejemplo. Debieron cambiar una y otra vez sus programaciones y el encuentro de Barcelona se enfrentó al endurecimiento de las restricciones, incluso con un conato de estallido. Pero se hicieron.

 

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Por España

Pese a todo, al margen del coronavirus hubo actividad en el mundo de la danza. Ayer publicamos nuestra selección de las diez coreografías más relevantes que consiguieron estrenarse este año raro. Aunque vimos muy pocas propuestas de fuera de España, hubo visitas destacadas. Los Ballets de Montecarlo estrenaron La fierecilla domada, de Jean-Christophe Maillot, en el Festival de Granada, descubrimos las destrezas del grupo francés XY con Rachid Ouramdane al frente de este equipo de acróbatas, en Barcelona y Sevilla. Yoann Bourgeois nos deslumbró con Celui qui tombe. Y nos visitaron tres destacadas figuras de la nueva danza africana: Germaine Acogny, que estuvo en el Museo de la Universidad de Navarra, en Pamplona, y Robyn Orlin y Mamela Nyamza que fueron al Mercat de les Flors, institución que también recibió a la legendaria creadora Maguy Marin, pionera de la Nouvelle Danse francesa. Por su parte, el Teatro Central sevillano ofrecía la vuelta a los escenarios de Anne Teresa de Keersmaeker, líder de la compañía belga Rosas, y Nomad, un nuevo montaje de Sidi Larbi Cherkaoui.

La Ribot (en la foto que abre esta información) fue galardonada con el León de Oro en la Bienal de Venecia y por aquí asistimos al retorno de Nacho Duato (en la foto de Luis Camacho, sobre estas líneas), que ganó el Max honorífico, y ha vuelto a la Compañía Nacional de Danza (CND), invitado por su director artístico, Joaquín de Luz, quien con dificultad estrenó su versión de Giselle, que tuvo que cancelar sus funciones este mismo diciembre por un brote de coronavirus en la agrupación.

Gran Bolero, de Jesús Rubio, y Vengo, de Sara Cano triunfaron en esta edición de los Max, mientras que el joven bailaor y creador Jesús Carmona y la veterana bailarina vasca Iratxe Ansa se hacían con los Premios Nacionales de Danza 2020. Ayer mismo nos enterábamos de que la veterana pionera de la danza madrileña Carmen Werner se hacía con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, merecídísimo galardón. 

Mucho antes de la irrupción de la pandemia se había anunciado la suspensión este año del festival Mes de Danza de Sevilla debido al atasco burocrático y retraso en hacer efectivas las ayudas desde la Junta de Andalucía, organismo que sigue en el centro de la polémica por la reconversión del Centro Andaluz de Danza (CAD) en un Centro Coreográfico del que todavía hoy poco se sabe.

 

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Por el mundo

El año de la danza en el mundo fue también una cadena de cancelaciones, suspensiones y crisis por culpa del bicho. Las pérdidas por apagar las luces de Broadway y el West End londinense son aún incalculables. El Circo del Sol, la más potente multinacional del entretenimiento se derrumbó. Estados Unidos, aparte de ser uno de los países más golpeados por la pandemia, vio recrudecidas las tensiones raciales y buena parte de la danza del país entonó el mea culpa, hasta el punto de que la influyente revista Dance Magazine otorgó su premio anual no a uno sino a seis coreógrafos y bailarines negros que sistemáticamente habían sido ignorados en esos galardones, incluyendo a Carlos Acosta y Alonzo King.

En otra línea, Troy Williams, director de la Alvin Ailey II, en Nueva York, y Liam Scarlett, coreógrafo residente del Royal Ballet, fueron fulminados de sus cargos después de trascender varias acusaciones por abusos sexuales.

Tras una labor impecable y probablemente por razones políticas, el creador vasco Igor Yebra abandona la dirección artística del Sodre, el ballet más relevante de Uruguay. A pesar de que se había acordado que quedaran como coreógrafos residentes del NDT holandés que dirigieron durante años, finalmente Paul Lightfoot & Sol León quedaron fuera de la relevante agrupación de La Haya, ahora dirigida por la canadiense Emily Molnar. Sonada fue la salida por la puerta de atrás de Yorgos Loukos, quien fuera emblemático director del Ballet de la Ópera de Lyon. Sorpresiva también fue la renuncia de Sasha Waltz y Johannes Öhman a la dirección del Staatsballet de Berlín, cargo en el que ambos sustituían a Nacho Duato.

En 2020 lamentamos la muerte de insignes representantes de la danza internacional. Se fue la diva Zizi Jeanmaire y nos abanonó recientemente Ann Reinking, musa de Bob Fosse. Perdimos también a dos importantes precursores de la vanguardia del siglo XX: la creadora Nancy Stark Smith y el performer alemán Ulay (en la foto sobre estas líneas), quien hiciera tándem con Marina Abramovic. En Bogotá murió repentinamente el coreógrafo asturiano Tino Fernández, que lideró la vanguardia colombiana con su compañía L’Explose, y por aquí, en Barcelona, perdimos a Montse Otzet, pionera de la crítica de danza en el país y fundadora de la primera revista de danza de España.

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Revista MTD Legacy, Academia de Teatro y Danza de la Universidad de las Artes de Ámsterdam 

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