EN PLENA PANDEMIA, BLANCA LI TE LLEVA A PARÍS
Le Bal se París es una experiencia de danza y realidad virtual tremendamente lograda. La hemos visto en Teatros del Canal y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 20 de diciembre de 2020
Pulsando un botón blanco aparecerás ante un falso espejo vestido de Chanel. Estás listo para la fiesta a la que Blanca Li te invita en la Sala Verde de Teatros del Canal hasta el 3 de enero próximo. En su ficción, muy lejanamente inspirada en La viuda alegre, se trata de la fiesta que el padre de Adèle ha preparado en su mansión en honor a su hija, que se debate entre dos amores, pero pronto te darás cuenta de que esa historia es irrelevante, casi innecesaria, porque lo que verdaderamente importa en Le Bal de París de Blanca Li, es la experiencia de vivirlo.
Aunque se expresa en danza, no es propiamente una coreografía sino una experiencia sensorial participativa de realidad virtual que propone un viaje alucinante, una experiencia inmersiva en la que participas en una fiesta de princesa Disney montado en una plataforma volante, te suben a un barco que cruza un lago lleno de sirenas y te sueltan en un jardín con un insólito laberinto, para entonces llevarte en tren a un cabaret de París, coincidiendo con una espléndida noche estrellada. Has estado en esos lugares, has bailado y paseado, te has perdido en un laberinto, pero en realidad no te has movido de un demarcado cuadrilátero en el escenario de la Sala Verde, en el que te acompañan otros nueve espectadores y tres bailarines.
Armado con casco y gafas, cargando una mochila con un ordenador, y con dispositivos pegados en piernas y brazos, que le dejan como robocop, el espectador habrá vivido así una experiencia singular, sorprendente y liberadora. Vale la pena, aunque sería deseable ajustar y reducir los tiempos de espera. Se subsanará con el tiempo y la práctica, pero se necesita más agilidad a la hora de dotar a cada espectador con todo el tinglado tecnológico que le tienen que montar encima.
Aunque la creadora andaluza Blanca Li, ahora también directora de Teatros del Canal, lleva más dos años trabajando con su compañía de París esta compleja propuesta high-tech en alianza con Vincent Chazal, en la creación gráfica, y el estudio de realidad virtual Black Light, ha estrenado su luminoso y deslumbrante espectáculo en un momento perfecto, cuando la sociedad vive momentos difíciles en fechas tan señaladas como la Navidad. Puede sonar cursi pero Le Bal de París te sumerge en una fantasía sin pandemia que te hace olvidar penas, virus y crisis durante un rato inolvidable.
Fantasía virtual
Tiene Le Bal de París logros indiscutibles en el detallado y detallista mundo de realidad virtual que inventa. Los paisajes son impresionantes, la sensación de viaje y movilidad tremendamente lograda. Pero tiene mayor eficacia en la amplitud y no tanto en el primer plano. Lo que ocurre en tus narices, principalmente los bailes de los intérpretes reales, delatan el origen informático del todo, se pixelan, pierden la coordinación, se congelan. El sonido, a su vez, probablemente debió reclamar mayor protagonismo. El volumen es bajo, a veces lejano. Los fuegos artificiales no son atronadores, el bullicio de una fiesta de semejante magnitud parece remoto, y la música no es todo lo espectacular que le piden las imágenes.
Es evidente que estamos ante una tecnología que no ha llegado a la cima y se presenta en plena evolución pero tiene mérito que Blanca Li haya vislumbrado ya sus posibilidades para la danza y se haya arriesgado en zambullirse en esta compleja aventura, cuyo antecedente más notorio es la creación suiza VR_I, de Gilles Jobim y Artanim, una simpática instalación de danza y realidad virtual de 20 minutos, que se vio en el Festival BAC, de Madrid, en 2019.
Le Bal de París se presenta coherente en la trayectoria de Blanca Li, cuyas sofisticadas creaciones siempre han manifestado interés por la tecnología. Su logro más notable hasta ahora era Robot, relevante coreografía sobre la inteligencia artificial que montó en 2013, en la que los bailarines interactuaban con dos generaciones diferentes de robots que estaban programados para bailar.
