¿PUEDE UN PRÍNCIPE HUMANO AMAR A UN CISNE GAY?
A treinta años de su estreno, Matthew Bourne trajo anoche al Teatro Real, de Madrid, su legendario ‘Lago de los cisnes’. Fuimos a verlo y salimos encantados…
Texto_OMAR KHAN Fotos_JAVIER DEL REAL
Madrid, 20 de noviembre de 2025
Casi por norma, las creaciones que se hacen famosas a partir de un escándalo terminan obsoletas y desfasadas cuando el objeto de escándalo deja de serlo en la vida real. Hace treinta años, Londres se vio sacudida por el atrevimiento del que entonces llamaron el enfant terrible de la coreografía británica, Matthew Bourne. Tomándose muchas licencias pero sin salirse del planteamiento original, su Lago de los cisnes homosexual propició el escándalo por el atrevimiento aunque también hubo fascinación por su buen hacer. Tanto así, que saltó al West End de los musicales, manteniéndose en cartel durante 120 funciones ininterrumpidas, algo impensable –todavía hoy- para cualquier ballet.
Pero era, para todos, el lago gay. Generaba repelús entre los espectadores más balletómanos / conservadores y fascinación y sorpresa entre nuevas generaciones, un público joven consumidor más bien de obras comerciales. Anoche, a treinta años de aquel éxito, la hemos podido ver de nuevo en el escenario del madrileño Teatro Real (con funciones hasta el sábado) bailada por New Adventures, la compañía de Bourne, integrada por una veintena larga de magníficos bailarines que quizá no habían nacido cuando se estrenó.
Hace tres décadas, esta creación no hubiese sido una opción para el Teatro Real, donde por las mismas fechas abucheaban y gritaban ‘Farsante’ a Pina Bausch, cuando ya era una deidad mundial de la danza contemporánea. Pero los tiempos han cambiado y difícilmente hoy la pieza de Bourne puede ser un escándalo. Lo homosexual genera odio, intolerancia y tiene detractores, pero ya no escandaliza. Esto nos ha permitido acercarnos a la grandeza de un ballet que, ya despojado de su premisa escandalosa, no se queda antiguo ni obsoleto, y se nos desvela inteligente y divertido. Una superproducción deslumbrante que sigue siendo trasgresora, algo muy distinto.
Bourne centra su atención en el Príncipe Sigfried, un protagonista algo accesorio en el original, aquí dibujado como un joven atormentado por una pulsión sexual incompatible con su rango, y lo encontramos –casi peligrosamente- apegado a su madre, una reina picarona, con una actividad frenética. Cuando se encuentra en el lago con unos cisnes masculinos, nada amanerados ni caricaturescos, el joven confuso se queda prendado del Cisne Principal, que es todo belleza y bondad.

Cisne machirulo
Mantiene el coreógrafo la contraposición del clásico con el cisne negro, y sigue la tradición de interpretarlo por el mismo bailarín que hace del blanco, pero aquí en un registro de macho pendenciero y seductor, que utiliza sexualmente a hombres y mujeres de palacio, despreciando al príncipe. Deviene entonces la locura, en la que el despreciado confunde la realidad con la fantasía. Y sin saber en qué estadio nos encontramos, los cisnes se vuelven violentos y vengativos en el cuarto y maravilloso último acto, atacando mortalmente al Cisne Principal, que ha venido a defender vanamente a su príncipe.
Creada en un momento en el que la monarquía británica comenzaba a llamar la atención por sus díscolos comportamientos sociales, en pleno auge de los paparazzis, hay mucha sorna y alusiones al postureo real en este lago que desvela a Bourne como un refinado narrador, un creador de delicadeza extrema que sabe construir y contar una historia desde la danza, huyendo de los recursos habituales. Cuento de hadas plagado de anacronismos ofrece una mirada entre ácida y sarcástica hacia la monarquía, enseñándola como esa amalgama de tradición añeja y vanguardia impostada que es, al menos en su país.
El lago de los cisnes de Bourne está llena de referencias e ideas geniales. El cisne blanco, gay y bondadoso en contraposición al negro, machirulo y perverso, ofrece una lectura posible de nuestra realidad, aún hoy. Aunque conserva la partitura de Tchaikovski, la pone al servicio de una danza híbrida llena de referencias y referentes. Desde el ballet clásico hasta el cabaret canalla a lo Bob Fosse, pasando por las danzas folclóricas del este, hasta un oportuno tango para el baile del cisne negro y el príncipe, las danzas fluctúan con libertad y sin conflicto a lo largo de esta entretenida velada, bailada desde la excelencia por el eficaz equipo de New Adventures.
El complemento necesario a la belleza formal de este ballet viene de sus ingeniosos decorados y su vistoso vestuario, con una estética cercana al tebeo. Pero la esencia es que se trata de un ballet que, al final de todo, lo que nos ofrece es una intensa historia de amor. Homosexual, zoofílica si nos ponemos retorcidos, pero con los componentes emotivos que ablandan corazones en la platea cuando se está ante un love story bien contado. Uno trágico, imposible y doloroso. Porque hay aquí mucho brillo, mucha fiesta y mucha gracia, pero en el fondo es una oscura tragedia. Una gran tragedia de amor…





