LORCA SOÑADO
Estrena esta noche Antonio Najarro con su compañía ‘Romance sonámbulo’, su propia y personal lectura del Lorca más surrealista. La hemos visto y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Fotos_ROBERTO SASTRE
Madrid, 09 de noviembre de 2011
Ni el de las hermanas de luto ni el de los novios a la fuga. Tampoco el de aquella mujer seca mal vista por todo un pueblo… no es casualidad la elección del Lorca más surrealista y creíblemente inverosímil. El del verde que te quiero verde, aquí bailado por una intérprete de rojo, o el de ese Romance sonámbulo, que da título a la nueva y deslumbrante producción de Antonio Najarro para su compañía, que esta noche y mañana podrá verse en el Mira Teatro, de Pozuelo de Alarcón (su sede en Madrid), en el que será el arranque del periplo de una pieza que está llamada a viajar por muchos escenarios y predestinada a escuchar ovaciones donde llegue.
Y es que, más allá de Lorca, de los sueños y de la danza española en todas sus facetas y variantes, Romance Sonámbulo es, sobre todo, un espectáculo. Najarro, siempre dueño de una elegancia e indiscutible buen gusto, sabe cómo y cuándo disparar los resortes del despliegue visual, de la combinación más sorprendente de esos bailes, incluyendo danza estilizada y folclor, de las emociones escondidas en esas danzas…
Articula el creador madrileño, ex director del Ballet Nacional de España, una propuesta muy astuta que se sirve del Lorca menos convencional, encajado en un puñado de poemas inteligentemente seleccionados, bien por su enigmática abstracción o por el más delirante de los onirismos, lo que le proporciona un marco, un asidero firme desde donde tomar las riendas (el simbolismo lorquiano, el mismo Lorca como presencia, sus poemas a viva voz o cantados y lo que el coreógrafo sabe que nosotros sabemos del poeta granadino), pero al mismo tiempo le deja plena libertad para poder ser Antonio Najarro, con ese vocabulario y formas propios y ya perfectamente identificables pero fiel al estilo y reglas de las danzas autóctonas que tan bien sabe defender.
Estructurada en cinco cuadros y un epílogo, Romance sonámbulo arranca con el mismísimo Lorca durmiendo, lo que ya de entrada nos deja dubitativos sobre si ha despertado o sigue soñando durante toda la representación. Es el sueño como leit motiv. Nos lo presenta en ropa interior y lo va vistiendo cuidadosamente a lo largo de tantas danzas y poemas hasta dejarlo listo para enamorarse y enamorarnos en ese epílogo con aire de grand finale, que es resumen de todo lo visto y todo lo bailado. Suponer que Lorca soñaba en clave de danza española es licencia legítima que aquí se toma un coreógrafo contemporáneo que ha luchado siempre por la innovación desde el respeto a la tradición.
Cuatro jinetes…
Aunque hermanados por la estética, cada cuadro tiene su propia personalidad. El primero, todo blanco y más cerca de aquel ballet neoclásico de los años noventa que de la danza española -con sus bailarines descalzos y sus mallas de atrevidos diseños- es preámbulo a otros momentos y situaciones más flamencos y lorquianos, destacando muy especialmente Conjuro, con cuatro fantasmales y varoniles bailaores que sacan gemidos a sus castañuelas y hacen de sus cuerpos jinete y caballo a un tiempo, convirtiéndose así en una suerte de centauros oníricos.
Antonio Najarro es de esos coreógrafos obsesos que dejan su huella en todos los aspectos de sus producciones y otorgan igual relevancia tanto al buen hacer y el buen bailar de sus bailarines como a los trajes que los visten, la luz que los hace visibles y la música que los acciona. Su sentido global de la composición, en este sentido, es admirable. Por eso es cuidadoso con el equipo del que se rodea. Alberto Conejero desde la dramaturgia sabe cómo contar sueños. Vuelve con Yaiza Pinillos, que le sabe crear trajes que narran historias, bellos y cuidados, sí, pero también expresivos para cada momento. Lo mismo para la iluminación de Nicolás Fitschel, responsable de las atmósferas oníricas y la música en directo, discreta y eficaz, de José Luis Montón, con referencias a lo español pero nunca desbordadas, españolizadas ni obvias.
Los bailarines, un equipo de solistas reunidos, merecen mención especial por entrega y compromiso. Todos de altísimo nivel, tienen conciencia de colectivo pero se desvelan virtuosos en lo individual. Un Daniel Ramos superlativo asume la voz cantante encarnando a un Lorca que sabe serlo bailando pero también actuando y recitando, cuidando el salto, la mano expresiva y el tempo corporal pero también la mirada, el espíritu y la voz, siendo encarnación verídica de un poeta que no se distingue humano o fantasma, sueño o realidad…
Sus intenciones son claras, diáfanas y lícitas. Romance sonámbulo está hecho para gustar, y gusta… quiere exaltar el lado más bello y amable de la danza española, y lo exalta… desea que notemos el esmero y el cuidado de su producción, y lo notamos… no se mete en jardines, ni siquiera cae tentada por reinventar, elucubrar o escarbar en el simbolismo lorquiano. Ni falta que la hace. Le basta con ser lo que quiere ser: un gran espectáculo bien hecho evocativo de un Lorca personal, soñado e imaginado. Su eficacia reside en que apela directamente a lo sensorial y nos deja el intelecto dormido. Exactamente, como en los sueños…