DANZA DE CRISTAL
Esta tarde, en el marco del Festival Danza Xixón, la joven compañía madrileña Ogmia, dirigida por Eduardo Vallejo Pinto, estrena en el Teatro Jovellanos su ambiciosa nueva producción ‘Glass House’. Esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Fotos_MAUI LOSADA
Madrid, 21 de octubre de 2023
Glass House es una apuesta por el poder del colectivo desplegada más bien desde la inutilidad e ineficacia del individuo desprotegido frente a fuerzas que desconoce. Ogmia, joven compañía madrileña liderada por el asturiano Eduardo Vallejo Pinto, se mantiene ambiciosa en su cuarta producción relevante, tras Holy Trinity, No Time To Rage y el dueto Mother Tongue. La nueva pieza, con un potente equipo internacional de siete compenetrados y comprometidos bailarines (dos españoles, dos italianos, dos franceses y una norteamericana-holandesa), tendrá su premier esta tarde en el Teatro Jovellanos, dentro del marco del Festival Danza Xixón. El pasado miércoles, en El Teatro del Bosque, de Móstoles, su hogar en Madrid, ofrecieron un preestreno para la profesión.
Vallejo Pinto se reafirma meticuloso y detallista. Otorga igual relevancia a la expresividad en los dedos crispados de la mano de uno de sus intérpretes que al impacto visual de una iluminación grandilocuente que suple con creces la ausencia de una escenografía. Demuestra gran sentido de la composición y mantiene un férreo control del discurrir escénico. Intencionadamente frío, crea una atmósfera enrarecida que viene de la conjunción y hermanamiento de los elementos de su coreografía: luz, música, vestuario y danza. Todos sobrios, oscuros, elegantes… un poco crípticos.
Aunque el tema es humanista no hace concesiones emocionales y se preocupa especialmente por mantener un distanciamiento. De allí se desprende esa cierta racionalidad, ese aire intelectual… aunque la coreografía esté repleta de referencias pop procedentes de productos culturales más mundanos como el cómic, la ciencia ficción, el terror psicológico o la narrativa de anticipación apocalíptica.
Cuidado: frágil
Esta contención es una elección –desde luego respetable, él es el coreógrafo- pero en nuestro derecho a suponer, imaginar y aspirar también es lícito preguntarse cómo sería la misma pieza, con exactamente los mismos mimbres, sin ese muro de contención racionalista, qué pasaría si abandonara las sugerencias y, sincerando todas esas referencias, se lanzara más directamente a construir desde su danza una auténtica distopía reconocible, por ejemplo, como ciencia ficción apocalíptica. Kubrick lo hizo y el resultado fue 2001, una odisea en el espacio, nada menos.
Esta cautela, que quizá tenga su origen en un temor a parecer demasiado fácil o comercial, en menor medida aparecía ya manifiesta en los trabajos anteriores de su compañía Ogmia, y es también la responsable de cierta dificultad para acceder a la dramaturgia de Glass House. Al final, se debe admitir, quedan expuestas las intenciones. Terminamos sintiendo la fragilidad humana, reconocemos que, para bien o para mal, el colectivo es una fuerza más poderosa que la voluntad individual y entendemos que la garantía de nuestra seguridad es tan frágil y transparente como la del que vive en una casa de cristal.
Pero muchos caminos pueden conducir al mismo destino. Caminar por la calzada es más cómodo, tanto para el creador como para sus espectadores, que ir abriéndose camino entre la maleza de la selva. En cualquier caso, Glass House es un peldaño arriba en la trayectoria de la joven Ogmia. Esperemos que en próximas ocasiones prefiera andar calzada cómodamente por la acera a ir descalza por la jungla.