A PROPÓSITO DE KOVA
Fuimos a ver Fukuoka, miniatura de Marcos Morau, de La Veronal, en el Festival Dansa València, y nos provocó esta reflexión…
Texto_OMAR KHAN
Valencia, 11 de noviembre de 2020
Presentó ayer el valenciano Marcos Morau y su compañía barcelonesa La Veronal el dueto Fukuoka, en el Centre del Carme, en el marco del Festival Dansa València. Se trata de una pieza pequeña para espacio no convencional, que permite una aproximación con lupa a kova, ese lenguaje corporal de su invención ya indisociable de su estética, en el que la expresividad llega a través de tensiones, espasmos y un cierto aire robótico en el movimiento, que procura a sus bailarines un aspecto extraño, alejado del naturalismo y ajeno a los fluidos de la danza contemporánea al uso, reconvirtiéndoles en seres de otro mundo que imitan a los humanos, una sensación muy acentuada en Pasionaria, de carácter abiertamente galáctico, o en su novísima Sonoma, reinvención del folclore surrealista, que justamente mañana irrumpe en el Centro Condeduque de Madrid.
En producciones grandes para su compañía, como las dos citadas, ese vocabulario corporal se funde con una estética usualmente deslumbrante en puestas en escena ambiciosas donde dramaturgia, iluminación, escenografía y danza hacen alianza para materializar la ya reconocible (y reconocida) estética La Veronal. Pero Fukuoka es una miniatura (apenas 13 minutos) despojada y desnuda, que se sirve de lo mínimo: los cuerpos inquietos y expertos en kova, de las bailarinas Lorena Nogal y Marina Rodríguez, un espacio y, muy importante, una banda sonora de quejío y jaleo flamenco. Esta ausencia de recursos permite poner el foco en la danza, en el movimiento, y reparar en la complejidad e ingenio que esconde, tanto en los solos como en el todavía más complejo anudado de los duetos. En algún sentido, Fukuoka es básicamente una minuciosa aproximación/demostración del lenguaje kova. A no ser por la música.
Contrastar el imaginario visual al que remite la música flamenca con la frialdad robótica de kova (sin caer en la tentación de “aflamencar” su técnica para obligarla a encajar) parece una demostración y reafirmación de la versatilidad y posibilidades de su inventado lenguaje corporal, que se fusiona como camaleón a la música, sin apenas necesitar alusiones a la estética flamenca. Los lunares en los trajes quedan como un rastro, una lejana seña de identidad, pero lo que se impone es esta danza fragmentada, cubista y retorcida, es que sabe amoldarse y aprovecharse de una música que, en el inconsciente colectivo, está asociada a otra cosa.