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LAS ALAS DE CUBA

El próximo jueves 15 de agosto, Carlos Acosta presenta a su compañía con sede en La Habana por segunda vez en el Festival Castell de Peralada. Hablamos con la célebre estrella cubana de su proyecto, su vida fuera del Royal Ballet y lo que fueron sus inicios

 

Texto_BEGOÑA DONAT Fotos_JOHAN PERSSON

Madrid, 9 de agosto de 2019

Carlos Acosta (La Habana, 1973) visitó el Festival Castell de Peralada en una fecha convulsa de 2017, la de los atentados yihadistas en La Rambla de Barcelona y la ciudad de Cambrils, el 17 de agosto. La organización del festival barajó cancelar la actuación de su compañía, Acosta Danza, pero el bailarín y coreógrafo no accedió, “porque si no, el acto terrorista hubiera conseguido su propósito, que es alienar y extender el miedo”.

El cubano recuerda hoy el regocijo que sintió al poder alejar de la cabeza de los espectadores, siquiera por un par de horas, un suceso tan traumático. El público ovacionó su decisión. “Una de las labores fundamentales del arte es aliviar”, se reitera en su decisión.

Entre las piezas subidas a escena aquel día se encontraba Two, de Russell Maliphant, que Acosta volverá a interpretar este próximo 15 de agosto en idéntico escenario. “Regresamos con la intención de reforzar esa relación que fue tan relevante”, avanza el bailarín, que esa misma velada también subirá a las tablas de Peralada para bailar la pieza Mermaid, de Sidi Larbi Cherkaoui (en la foto inferior). La propuesta, aunque inspirada en las sirenas, ha sido definida por Acosta como una historia “abierta a la imaginación, en la que la audiencia se coloca en el papel de coautor y entiende el relato en función de su imaginación y de cómo resuene en su interior”.

El coreógrafo belga no presenta a la criatura marina en sí, sino que la evoca en la bailarina de danza contemporánea, Marta Ortega, que se apoya en zapatos de punta. “Su narrativa es más sugestiva que la marcada dentro de los parámetros tradicionales”, insiste el bailarín.

Completan el programa Twelve, una propuesta de danza-deporte en la que Jorge Crecis, coreógrafo español anclado en Londres, pone a prueba la resistencia física de una docena de intérpretes de Acosta Danza, e Imponderable, del coreógrafo residente de su compañía Goyo Montero, en la que 12 bailarines reflexionarán lo incomprensible con sus cuerpos, mecidos en la música folk de Silvio Rodríguez.

Montero, creador español que lleva las riendas del Ballet de Núremberg, alaba la labor del cubano en la isla: “La danza contemporánea ya existía en La Habana, pero Carlos quiere una mezcla de estilos, como la mayoría de las compañías europeas. Era una cuenta pendiente en el país. Además, su gran proyección internacional puede llevar el nombre de Cuba y el talento local a lugares de prestigio. De hecho, hemos ido a Nueva York y somos compañía residente en el teatro londinense Sadler’s Wells”.

Un atleta bailarín

Carlos Acosta es el reverso del protagonista de la película de Stephen Daldry Billy Elliot. Ambos trascendieron como bailarines el futuro marcado por sus orígenes humildes, pero mientras que el personaje de ficción labró su destino en oposición a las aspiraciones de un padre minero que se obcecaba en que asistiera a clases particulares de boxeo, el cubano lo hizo acatando a regañadientes, con lágrimas y dolor físico, la imposición de su progenitor, un camionero que con nueve años le obligó a ir a la escuela elemental de ballet, episodio de su vida que queda muy bien retratado en la película Yuri, de Iciar Bollain, que cuenta su vida (después de su paso por las salas, el filme acaba de ser lanzado por la plataforma Canal +).

“A esa edad no tienes ninguna definición de lo que quieres ser en el futuro, sino que piensas en el presente. Y yo quería lo que cualquier muchacho de mi generación: jugar el fútbol y bailar break dance. No era una excepción. Pero en torno a los 13 años, el ballet clásico me cautivó muchísimo porque tiene un aspecto atlético y da porte. Además, la musicalidad es muy importante en su aprendizaje: las clases son tocadas a piano y en la escuela se impartía educación musical. El cambio definitivo en mi forma de pensar fue cuando vi a los profesionales bailar por primera vez. En 1990, a la edad de 17 años gané el Grand Prix de Laussane y arranqué una carrera internacional. Hoy te puedo decir que es lo mejor que me ha pasado en la vida. Estoy muy feliz de haber llegado a ser un bailarín clásico, aunque al principio empecé en contra de mi voluntad”, se sincera.

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En Shakespeare no hay color

Un par de años después de alzarse con la prestigiosa medalla de oro en el certamen suizo para jóvenes talentos del baile, Acosta ingresó en el English National Ballet. Después se unió a las filas del Ballet Nacional de Cuba, pero fue una experiencia agridulce, que le llevó a aceptar integrarse en el Houston Ballet y en el American Ballet Theatre.

“En Cuba degradaron mi categoría. Yo ya era primer bailarín, pero me dieron papeles de solista, en ocasiones, roles que podían hacer artistas más mayores, que incluso no implicaban necesariamente bailar, como el personaje del viejo de Edipo Rey. Tuve vivencias que me causaron momentos de dolor, pero igualmente me dieron muchas oportunidades, como participar en numerosas ocasiones en la temporada regular del Teatro Albéniz, de Madrid. Así que lo considero una buena experiencia, porque bailé mucho y de todo, e hice mi primera Giselle”, matiza el coreógrafo.

En 1998 descolgó el teléfono al director artístico del Royal Ballet, Anthony Dowell. La principal compañía de ballet del Reino Unido fue su casa hasta 2003. Y hasta su retiro en 2016, Acosta continuó vinculado a la formación como actor principal invitado. Todavía, de manera intermitente aparece su nombre en la marquesina del Royal. Muy recientemente la compañía retomó la versión que les hizo de  Quijote, en una función que fue retransmitida en directo en cines de España. La formación británica suele presentar aquí en formato streaming sus grandes estrenos a través de la distribuidora Versión Digital.

En el corazón de Londres, Acosta marcó un hito racial. Fue el primer bailarín negro en interpretar al protagonista de Romeo y Julieta. “Quiero pensar que sí he influido en una mayor representación de la diversidad en el escenario. De hecho, después de mi generación, el Royal Ballet ya es más plural. Nunca sentí ninguna discriminación racial hacia mi persona, pero no había muchos negros en el ballet. Y en el mundo entero todavía existen pocos”, lamenta el cubano.

Hijo no tan pródigo

Después de 28 años de trayectoria, en los que interpretó prácticamente cada papel clásico, de Espartaco al Don José de Carmen, Acosta se afincó en Cuba, donde asumió el timón de una compañía y una escuela de danza propias.

La iniciativa arrancó de manera humilde. Dio sus primeros pases en un salón prestado en la escuela de ballet, donde el elenco trabajaba cuando finalizaban las clases del centro, de 18.30 a 22h. Por entonces, no contaban con ninguna pieza en el repertorio. Tres años después, Acosta Danza ya dispone de sede y de un vasto surtido de coreografías.

“Como sucede con todo nuevo proyecto, al principio causó alarma en muchos, pero las tradiciones siempre miran a lo novedoso con recelo o con nerviosismo. Sin embargo, no he querido entrar en ninguna cuestión competitiva, sino que me he propuesto que Acosta Danza sea un complemento de la cultura de mi país”, expone el referente de la danza.

Recientemente, Acosta ha sido nombrado director de Birmingham Royal Ballet, cargo que asumirá a partir de enero de 2020. No obstante, el nuevo cargo no implica una desvinculación de sus proyectos en la isla. De hecho, en 2017 creó la Carlos Acosta Dance Foundation, una fundación con la que devuelve a su comunidad las mismas oportunidades de las que se benefició, pues ofrece a las jóvenes promesas del baile un programa de entrenamiento gratuito de tres años. En paralelo, el Gobierno le ha cedido para su Academia de Baile unas instalaciones desocupadas durante más de medio siglo en las que Fidel Castro planeaba ubicar la Academia de Ballet. Las obras, divididas en 10 fases, ya van por la segunda.

“Mi compromiso con Acosta Danza y la Fundación sigue siendo inquebrantable. Creo que mi nombramiento en el Birmingham Royal Ballet solo puede mejorar y desarrollar las oportunidades que puedo brindar a ambos”, avanza el bailarín que fue apodado por la crítica el cubano volador, el paracaídas y Air Acosta. Pero esta aerolínea de la danza siempre vuela de nuevo al hogar.

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