Dansa València recupera el esplendor perdido
El veterano Festival valenciano vuelve a sus tiempos de esplendor tras una compacta y atractiva edición, que concentró, del 9 al 14 de abril pasados, la mejor danza que se hace en el país.
Texto_OMAR KHAN
Valencia, 18 de abril de 2019
El Festival Dansa València terminó el pasado domingo de ramos con el estreno de Animal de séquia (en la foto superior), una celebración profundamente valenciana firmada por Sol Picó con aires de superproducción, que escuchó una sonada ovación en el Teatre Principal. En otro tiempo lejano, Dansa València, que tuvo su primera edición en 1988, había sido el referente más importante de la danza nacional, el lugar que reunía y aglutinaba lo mejor y más selecto de la actividad coreográfica de todo el país. Cuando llegó la crisis, una desacertada ambición de su dirección quiso nadar a contracorriente otorgándole un carácter internacional que fue en detrimento de la escena local. El fracaso debido a una errática dirección artística y las penurias económicas terminaron convirtiéndolo en Temporada, lo que diluyó su efecto y pasó a ser poco más que un puñado de títulos insertados en la programación habitual de los teatros valencianos. Había muerto.
Hace un par de años, un nuevo equipo intentó volver a los orígenes con una edición piloto, modesta pero eficaz, que encontró en la entrega de 2018, dirigida por Mar Jiménez y dedicada a la mujer, una estabilidad que ya era heraldo de mejores tiempos. La nueva edición supone la consolidación y auténtica vuelta a los orígenes.
Música para bailar
Jiménez, centrada ahora en la relación entre la danza y la música, reunió en Valencia una muestra muy selecta y de alto calibre de la producción nacional reciente. La proliferación de obras de mediano y gran formato parece anunciar mejores tiempos para la danza en España. Deslumbraron en este sentido creaciones como Set of Sets, de la compañía catalana Guy Nader / María Campos, una obra de riesgo físico y gran elegancia formal que se aproxima al nuevo circo desde los códigos de la danza más estricta o Erritu, un ritual visualmente potente creado por Sharon Fridman para la compañía Kukai, que doblega a sus coreógrafos invitados a trabajar sobre la base de las danzas tradicionales vascas. La obsesión por la imagen y la belleza formal quedó también evidenciada en La desnudez (en la foto), sugerente creación de Daniel Abreu. Visualmente potente pero en otra órbita de la creación, la consolidada agrupación de danza para público familiar Arcaladanza, de Madrid, hizo delirar a grandes y pequeños con su propuesta Play. Y hubo más. Para los bebés se programó la inteligentísima y eficaz propuesta My baby is a Queen, del equipo catalán La Petita Malumaluga.
Dansa València este año fue además la plataforma que consolidó a dos jóvenes creadores de Madrid, que aquí han cruzado el puente que separa a los emergentes de los experimentados. Jesús Rubio Gamo arrancó merecidas ovaciones con su extenuante y tremendamente emocionante Gran Bolero en la brillante apertura del festival y Poliana Lima se arriesgó con Aquí siempre, una creación que reflexiona sobre el paso del tiempo con cuatro bailarinas de edades, tendencias y personalidades totalmente distintas.
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En sintonía con los tiempos, el festival no ha obviado nuevas formas creativas, dando espacio a las vanguardias y artes vivas. La catalana Nuria Guiu lanzó su reflexión ácida y divertida sobre la era Whatsapp en Likes y el andaluz Alberto Cortés desternilló a la audiencia con el humor negro de su delirante Masacre en Nebraska.
También hubo abundante actividad de calle y la Plaza del Patriarca se convirtió en escenario que recibió propuestas de todo tipo, desde la fisicalidad masculina y ruda de Diego Sinniger, de Barcelona (en la foto), pasando por la ferocidad flamenca de Marco Flores, hasta los graciosos hipopótamos azules de Quim Bigas, en Hippos, que alucinó a los niños.
La danza valenciana, desde luego y por derecho, tuvo su espacio en el festival. Pero salvo excepciones no llegó a estar a la altura de las propuestas del evento. La mejor defensa la tuvo en la extraña e inquietante producción Crisálida, del ascendente creador Joaquín Collado, un bailarín de insólitos registros, atrapado en una jaula de cristal. La veteranía y el rigor acostumbrados fueron la tónica del doble programa estrenado por Cienfuegos Danza, que se aventura por los meandros del humor con su nueva pieza Viejas, al tiempo que la también asentada compañía Taiat da un vuelco de timón hacia la danza inclusiva, aunque conservando su estética, en Canvas of bodies. Menos afortunadas e incluso desafortunadas del todo en algunos casos fueron las creaciones de otras compañías locales como La Coja Dansa, Mou Dansa o la selección pobre y poco atractiva de la Missió Inversa, que ofreció extractos de varias compañías de Valencia.
Nunca la clausura de Dansa Valéncia tuvo un carácter tan marcadamente valenciano. El festival se auto-homenajeó a sí mismo y a su tierra, produciendo Animal de séquia, una obra en la que Sol Picó, anclada en Barcelona desde hace muchos años pero nativa de Alcoy, saca a flote la valenciana que lleva dentro y, con humor e ironía pero también cariño, desmenuza la cultura valenciana desde todos sus ángulos, con fallas y falleras, desde luego, pasando por las mascletás hasta un número cercano a Broadway dedicado a la célebre ruta del bacalao de los noventa, en un espectáculo festivo de gran formato con una banda en directo, un eficaz equipo de bailarines (ella se reserva un solo), una escenografía con guiños al Mediterráneo y numerosas referencias, algunas privadas solo para valencianos. Un fin de festival por lo alto que parecía celebrarse a sí mismo por la estimulante vuelta de sus tiempos de máximo esplendor.