LA HUMANIDAD DE LUTO
Mañana y pasado en el Teatro Arriaga, de Bilbao, y los días 08 y 09 de marzo, en el Baluarte, de Pamplona, el Malandain Ballet Biarritz bailará una peculiar versión de ‘Las cuatro estaciones’. Quisimos saber las motivaciones de Thierry Malandain y esto es lo que nos ha contado…
Texto_BEGOÑA DONAT Fotos_OLIVIER HOUEIX
Madrid, 18 de enero de 2024
En 1997, el Ministerio de Cultura francés y la ciudad de Biarritz ofrecieron al coreógrafo Thierry Malandain (Le Petit Quevilly, 1959) la puesta en marcha del primer Centro Coreográfico Nacional (CCN) en la localidad balneario de la costa vasca. Este encargo supera ya el cuarto de siglo de fértil, autoral e inspirada trayectoria. En todo este tiempo, el veterano artista ha combinado la creación con un ingente trabajo de investigación y memoria donde trata de contrarrestar la historia de la danza en su país, demasiado centrada en la obra gestada en la capital, en detrimento de la periferia. También ha defendido las posibilidades de innovación y vanguardia desde la técnica clásica, que es lo que él hace y a lo que ha dedicado el festival estival Le Temps d’aimer que, fundado en 1990, fue heredado por él.
Este pasado mes de diciembre, en coincidencia con la edad de jubilación del coreógrafo, finalizaba su contrato pero para contrarrestar el parón provocado por el covid y a petición de la alcaldesa de Biarritz, Maider Arosteguy, la colaboración se ha prorrogado hasta diciembre de 2026. Así que la inminente visita del Malandain Ballet Biarritz al Teatro Arriaga, de Bilbao, y al Baluarte, de Pamplona, con su versión de Las estaciones, ya no se vivirá como epílogo y despedida del alma mater de la compañía, sino como un continuará...
El espectáculo, de vocabulario neoclásico, pero surcado de caminos geométricos que recuerdan a las danzas vascas, funde los famosos conciertos barrocos para violín de Antonio Vivaldi con las variaciones de Giovanni Antonio Guido, conocidas como los Scherzi armonici sopra le quattro staggioni dell’anno. Sensualidad y elegancia estética se trenzan en una propuesta donde el movimiento y la música (a cargo de la Orquesta Sinfónica de Navarra, en el Baluarte) culminan en una oda a la naturaleza que se experimenta como un mensaje político.
A lo largo de su carrera, ha desarrollado numerosas coreografías basadas en la música de, entre otros, Benjamin Britten, Debussy, Brahms, Chopin y Beethoven. ¿Qué desencadena sus procesos creativos, escuchar una composición de manera azarosa o investigar la obra de un compositor?
Varía mucho, porque muchas de mis creaciones son encargos. Las estaciones, de hecho, es una petición de la Ópera Real de Versalles, cuyo director, Laurent Brunner, quería que asociara Las cuatro estaciones de Vivaldi con las de Giovanni Guido. Independientemente de esto, creo que hay música y compositores para cada momento de la existencia.
¿Cuál es la reacción del público al escuchar esta partitura tan manida alternada con la obra de Guido?
Como ambas músicas se mezclan, la escucha y la distinción de uno y otro compositor se complica. Como resultado, la partitura de Vivaldi parece casi nueva.
¿Qué era más importante, resaltar la obra de Vivaldi o reivindicar a un compositor poco conocido?
Los dos compositores están presentes casi en igualdad de condiciones. Las estaciones de Vivaldi duran unos 40 minutos, mientras que las de Guido se extienden casi 60. La mayoría de las veces he realizado extractos muy cortos, tuve que hacer una selección y mantenerme dentro de sus tonos.
Ambas creaciones están dedicadas a las estaciones, que en países como España, con el cambio climático, cada vez son menos distinguibles. ¿Podemos decir que hay una amonestación a la humanidad en su obra?
La escenografía está formada por pétalos negros y carbonizados, es claramente la naturaleza y la humanidad de luto, pero todo es muy estético, por lo que depende de los espectadores ver un mensaje ahí o no.
¿Qué inspiración ha encontrado en los bailes vascos para esta coreografía?
Mi marca personal se basa en inspirarme en la historia y en los orígenes de la danza, pero no es algo que reflexione demasiado, sino que aparece de manera natural. En El verano de Vivaldi hay un pasaje que podría parecerse a una danza vasca, pero surgió casi por casualidad.
Usted publica cada trimestre el retrato de una personalidad de la danza, a menudo olvidada, que estuvo en Biarritz… ¿por qué es tan importante dejar huellas de un acto efímero como el de los lenguajes del movimiento?
Realizar este trabajo que ocupa gran parte de mi tiempo se ha convertido en una pasión. Inicialmente se trataba de hacer una labor educativa para el público en general, destacando a personalidades reconocidas. Luego, rápidamente, aparecieron nombres de los que nunca había oído hablar. Desde entonces, trato de traerlos de vuelta a la luz. Soy muy consciente de que mis artículos son largos y complicados, pero es mi manera de hacer justicia a los artistas olvidados por la historia, una historia engañosa y siempre escrita desde París.
En 2019 fue elegido para formar parte de la Academia de Bellas Artes de Francia. ¿Qué compromiso y dedicación implica ocupar la silla número uno del apartado coreográfico?
Es, ante todo, un inmenso honor, porque desde la Revolución Francesa la danza había dejado de ser considerada una disciplina académica. Tenemos una sesión todos los miércoles, y una de las funciones de la Academia es, sobre todo, apoyar la creación y a los jóvenes artistas en todas las disciplinas, a través de residencias, apoyo económico...
