JULIETA DEBE MORIR
Se estrena mañana en cines de toda España ‘Solo queda la danza’, película de Dana Nechushta, inspirada en la figura trágica de Olga Haas, la malograda estrella del ballet holandés en los setenta. Lee más…
Texto_OMAR KHAN Fotos_BERT POT
Madrid, 16 de noviembre de 2023
Olga Haas (Holanda 1944-1978) ha sido al ballet lo que Amy Winehouse a la música pop. Brillo intenso pero fugaz, una expresa incapacidad para gestionar la fama, un talento descomunal, un viaje inevitable hacia la autodestrucción. Drogas, éxito, alcohol, anorexia, sacrificio, sufrimiento…
Bailarina excepcional -una gloria para el ballet de Holanda-, Haas se formó con la innovadora Sonia Gaskell, pionera de ese neoclásico holandés que representó el coreógrafo Han Van Manen en el Nederlans Dans Theater (NDT), quien tuvo en Haas a una de sus musas. Pero la estrella nunca supo cómo llevar su vida. Su talento natural la convirtió en estrella mediática adorada por las masas pero compaginar la estricta disciplina y exigencias del ballet con el imán a su sensibilidad de chica joven que suponía la noche post-hippie de Ámsterdam en los setenta, era incompatible, lo que la llevó con 33 años apenas a una muerte prematura y perfectamente anunciada.
La película Solo queda la danza, de la creadora Dana Nechushta, que se estrena mañana en cines de toda España, inicialmente seria un biopic más estricto de Olga Haas, pero finalmente derivó hacia una película de ficción sobre una amistad en la que una bailarina asiste muda e impotente a la conversión de su amiga en una étoile pero también en una persona insoportable y tóxica, que avanza rápidamente hacia la autodestrucción. Narrada a la manera de Amadeus, en la que Salieri era el protagonista a través del cual veíamos la hazaña de Mozart, la nueva película conserva mucho de la historia de Haas en su antagonista, también llamada Olga, que vive una peripecia similar.
Podría decirse que Solo queda la danza es un filme sobre la amistad o sobre el ya manido tema de lo sacrificada que es la vida del bailarín, y estaríamos en lo cierto. Pero una mirada más detenida a la película de Dana Nechushta, nos llevaría hasta un punto de inflexión: la dificultad que supone para un artista muy joven alcanzar la fama, sobre todo en el ballet que, en sí mismo, trae consigo un obstáculo insalvable: el cuerpo está en un punto óptimo cuando eres muy joven y no tienes experiencia vital, madurez ni capacidad intelectual para asimilarlo y comprenderlo.
La amiga de la estrella
La película explora muy a conciencia esta contradicción, presentándonos a una chica encantadora y tremendamente talentosa que se ve asediada de pronto por las expectativas que sus innegables capacidades para el ballet generan en la compañía y sus coreógrafos, en su padre, en su amiga, en los periodistas y en su público. Ser una estrella no implica solamente serlo sino asumir todo lo que conlleva y se necesita madurez e inteligencia para soportarlo. Cuando emerge como de la nada una joven estrella del ballet, la estrella no está preparada para lo implica serlo, ni el padre listo para asumirse como el progenitor de la estrella ni la mejor amiga para ocupar el nuevo rol de íntima y confidente de la estrella. La estrella y el estrellato son frágiles.
La película se mueve en los terrenos del realismo. Tiene tema similar al de Black Swan (Cisne negro, de Darren Aronofsky, 2010) pero sin esas dosis de angustia, terror y paranoia. Se permite, eso sí, algunas metáforas -salidas del ballet mismo- que le aportan su trágico sentido poético. El paralelismo entre El lago de los cisnes que se baila en el teatro mientras la diva en desgracia ha caído a uno de los helados canales de Ámsterdam o la importancia que se le otorga a la última interpretación de la estrella en el personaje de Julieta, su ballet soñado, contribuyen la explícita belleza y serenidad de esta cinematográfica tragedia oscura.
Elain Meijerink y Roos Englebert, más bailarinas que actrices en la vida real, suponen el soporte más importante de Solo queda la danza. La cámara no deja de escudriñarlas, se lucen como bailarinas clásicas pero el principal mérito es la transparencia emocional in crescendo con la que resuelven sus personajes, dos bailarinas antagónicas que deben luchar por salvar su amistad en un ambiente complejo y tóxico.
