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LA REBELIÓN DE LAS JUDITH

 Taiat Dansa presenta en Valencia una experiencia singular hasta el próximo domingo con el estreno de la monumental Judth. Estuvimos anoche y esto es lo que vimos...

 

 

Texto_BEGOÑA DONAT

Valencia, 03 de marzo de 2023

Érase una vez un monasterio que fue basílica, casa de beneficencia y corrección, asilo de indigentes, prisión política y colegio público. En la actualidad, San Miguel de los Reyes es la sede de la Biblioteca Valenciana, pero durante escasos y preciosos cuatro días, por el efecto ilusorio de leds añiles, se ha convertido en el castillo de Barba Azul. Desde anoche y hasta el 5, la compañía Taiat Dansa despliega a más de 90 artistas femeninas, entre bailarinas, músicas y cantantes, en las estancias de este imponente espacio patrimonial. Todas ellas son una en su propuesta Judith. El conjunto es un poliedro de la complejidad de emociones experimentadas por la esposa del villano de Perrault.

Las responsables de este espectáculo pluridimensional, que es danza, pero en su opulencia artística, se percibe como ópera, son Meritxell Barberá e Inma García, que ya escrutaron el cuento clásico con el desaparecido Ballet de la Generalitat Valenciana en 2014, pero aquella vez, en una exploración coreográfica de la curiosidad y la toxicidad en las relaciones.

Como entonces, la puesta en escena revela influencias del expresionismo alemán, con las criaturas de Murnau y Dreyer, y la seminal El gabinete del Doctor Caligari (Robert Wiene, 1920) empastadas en sus líneas oblicuas, los juegos de sombras y los ángulos inusitados de las bailarinas. También hay una invocación confesa de las modelos retratadas por el pintor danés del XIX Vilhelm Hammershoi. Esos interiores domésticos, habitados por mujeres tranquilas, vestidas de negro y peinadas con moños bajos, encuentran su extrapolación al presente en los lutos rigurosos y las nucas despejadas del elenco de esta propuesta. En los frescos, siempre de espaldas, tocan el piano, están sentadas anodinamente a una mesa o frente a una cristalera al exterior, pero como en Judith, existe un poso inquietante, una docilidad que exuda frustración.

“Miran por la ventana, porque en realidad desean tirarse por ella –estima Barberá-. Nuestro objetivo era jugar con ese encorsetamiento en un discurso contemporáneo actual”.

A diferencia de su primera aproximación, donde Taiat excusaba al asesino en serie por la traición a su confianza, estableciendo una metáfora entre el cuarto prohibido y aquellos lugares íntimos, secretos, que evitamos revelar a nuestras parejas para evitar decepciones, aquí ponen el foco en la figura femenina. Quién es Barba Azul para prohibirle nada a su mujer. Las coreógrafas valencianas retoman esta lección de obediencia y castigo publicada en 1695 para convertirla en un acto de rebeldía y emancipación de la víctima.

“Queríamos denunciar cómo hemos crecido con unas moralejas tan perniciosas. La curiosidad, en la mujer, siempre se ha percibido como algo peyorativo, como marujismo, mientras que en el hombre, es osadía. En la Biblia, sin ir más lejos, Eva comete un pecado mortal al comer la manzana. Nosotras queríamos contarlo al revés, desde la valentía y el acceso que la curiosidad te abre al conocimiento y a la libertad”, expone Meritxell.

 

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Procesión pagana

Los y las asistentes son recibidos por una procesión pagana de mujeres a la entrada del castillo, en desfile acompasado mientras elevan al cielo plumeros de junco de río tocados con unas pequeñas luces que asemejan un enjambre de libélulas. En los altavoces palpita el latido de un corazón, que provoca un trance expectante e hipnótico, roto, al abrirse las puertas, por el llanto desconsolado de un sinfín de bebés.

Artistas y público, se adentran en el interior de la basílica, donde las 10 cantantes y la narradora del coro de voces A Cau d'Orella y Demeter's Project se disponen en la nave central y las bailarinas, entre el ambón y el altar. Suena una nana inspirada en la matanza de Herodes. Sisean las Judith, con onomatopeyas que son exhortaciones al silencio, sollozos, gemidos de pesar y suspiros de alivio. Hay solos, dúos y cuadros de baile donde las decenas de bailarinas giran sobre sí mismas como derviches y comban sus brazos en gestos de sufrimiento que asemejan los miembros a sarmientos, como en el butoh o en el lenguaje kova de Marcos Morau. Barberá y Gómez, disienten, y vinculan estos cuerpos laxos, tónicos y retorcidos a una dinámica de trabajo en la que piden a sus bailarinas improvisar cómo será el ballet en el siglo XXIII. La conclusión es que la expresión estará más rota, en búsqueda de otros equilibrios, donde la fuerza base no esté en el centro, sino desplazada.

En el ambón, las bailarinas se metamorfosean en bosques de cuerpos entrelazados, mares ondulantes, una entidad siamesa cuyas integrantes deforman sus rostros en éxtasis religioso, pero también en el que Munch le dio al angustiado protagonista de El grito yen gestos de temor, incertidumbre, interés y arrojo. Los tableux vivants dan paso a una mística de la sororidad, donde entre todas se eleva a una, como un paso sacrílego de Semana Santa o un guiño al cine de Sorrentino. Los montajes de Taiat, al fin y al cabo, nunca tienen edición teatral, sino montaje cinematográfico.

Una cuna eleva a los bebés, que ya se han dormido. “Are you ready?”, preguntan insistentemente las cantantes. ¿Estamos listos? Se abren dos grandes puertas laterales y todos salimos al claustro tras este remedo de las willis de Giselle. Empieza el juego.

Como la protagonista del cuento, la audiencia se ve tentada a averiguar qué esconde cada uno de los cuartos del castillo, que ha sido intervenido por el escenógrafo y artista plástico David Orrico. La música espectral la firma Caldo.

Las bailarinas y las cantantes se diseminan por las estancias, los pasillos y las escaleras del monasterio. Hay un solo fantasmagórico en la cripta, siluetas en movimiento en todas las ventanas de iluminación del sobreclaustro, una experiencia de realidad aumentada, un ir y venir de bailarinas en un cuarto que da refugio a una gran campana, un dron que proyecta una sombra del vestido de Judith en la zona arqueológica del claustro norte...

La obra es aventura y es reto. Culmina, de nuevo, en la basílica, pero ahora, las protagonistas se sientan en los bancos y sus cómplices, en las escaleras y el púlpito. Judith abre la séptima puerta y no hay un reguero de sangre y de mujeres muertas, sino el acceso a un destino marcado por sí misma.

La duda que surge es si este site specific impactará con tal contundencia en otros espacios patrimoniales o en la caja escénica. La sensación es la de haber asistido a algo único.

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