LA DANZA LLORA LA MUERTE DE STEVE PAXTON
Siempre humilde, nunca tuvo vocación de estrella, pero el precursor de la danza posmoderna norteamericana y creador del ‘contact improvisation’, cambió la manera de bailar en el siglo XX. Lo recordamos…
Texto_CARLOS PAOLILLO / OMAR KHAN
Madrid, 22 de febrero de 2024
La posmodernidad de luto. Se ha quedado huérfana. Ayer, en Vermont, donde siempre vivió, murió a los 85 años el bailarín investigador norteamericano Steve Paxton, el artista al que debemos el contact improvisation, hoy convertido en una herramienta fundamental en la gran mayoría de las nuevas creaciones de danza de todo el mundo. El artista, pionero e impulsor de la llamada danza posmoderna que eclosionó en el Nueva York de los sesenta, falleció tras una larga batalla contra el Parkinson, enfermedad cruel para todo el mundo pero más si cabe para un bailarín.
Paxton y los demás precursores de la danza posmoderna estadounidense querían ser distintos. Provenían del tronco común de la danza moderna, que fue tan visionaria y transformadora, pero en los albores de los setenta se había institucionalizado y convertido en un ámbito selectivo que rendía culto a fuertes personalidades individuales. Los posmodernos, por el contrario, renunciaron a la trascendencia personal y fueron las voces alternativas de aquellas fundacionales de la modernidad.
Se llamaron posmodernos porque su manera de entender la danza iba más allá de la modernidad atribuida a Martha Graham. El grupo de eclécticos artistas que se reunió en la Judson Church, de Nueva York, entre 1962 y 1964, redefinió la noción de danza para todo el siglo. Amplió sus posibilidades. Proclamó la libertad. Rompió las reglas. Cada uno de sus miembros hizo importantes aportaciones personales. Lucinda Childs fue el minimalismo. Trisha Brown, el valor del gesto cotidiano. Pero la aportación de Steve Paxton es la única que va a terminar convertida en una práctica habitual y fundamental de la danza de hoy. Contact Improvisation, técnica de su invención, es actualmente el punto de partida habitual del trabajo de numerosos coreógrafos y bailarines en todo el mundo.
Quizá por su componente teórico y su escaso interés por el espectáculo, tal vez por su peculiar carácter y pensamiento, Steve Paxton, que siempre vivió en la misma comuna de Vermont donde esta semana murió, no alcanzó las cotas de fama y popularidad que tuvieron otros pioneros de la danza contemporánea norteamericana como Isadora, Graham o Cunningham, pero a día de hoy, su técnica y manera de entender la danza es la que sobrevive. Es la que tiene más vigencia.
Paxton fue una voz alternativa con auténtica vocación experimental. En más de sesenta años de profesión se mantuvo apegado a su ideal de siempre: ser un bailarín investigador, además de propiciador de espacios compartidos de exploración. Fue factor fundamental de las actividades de la Judson Memorial Church de Nueva York y de la Grand Union, míticos espacios de desarrollo de los principios de la danza posmoderna en Norteamérica durante los años sesenta y setenta del siglo XX, dentro de los cuales el Contact Improvisation, por él generado, se convirtió en base de sustentación de todo un pensamiento renovador sobre el cuerpo expresivo y comunicativo en el arte contemporáneo.
¿Una técnica?
A partir de los postulados de Merce Cunningham, John Cage y Robert Rauschenberg sobre movimiento, espacio y energía, que se concretaron en nuevos paradigmas escénicos y plásticos, Paxton formuló contact improvisation y release technique, lo que algunos consideran una técnica y otros un método de aproximación al estudio de cuerpos unidos emocional y físicamente.
¿Qué le interesó?: El aikido, la meditación, la gimnasia, el arte abstracto, el trabajo de su colega Simone Forti o la urgencia que se experimenta en Nueva York. Steve Paxton creía firmemente en la función social del Contact Improvisation. En la brillante conferencia que ofreció en el Museo Reina Sofía, de Madrid, en 2015, donde se nos presentó encantador y con un agudo sentido del humor, intentó definirla.
“La improvisación tiene que ver con la vida”, aseveró entonces. “¿Podemos vivir sin la improvisación? Piensa en todo lo que has improvisado desde que saliste de casa hoy. La ropa que escogiste para venir. Cogiste un taxi o viniste andando. Paraste a tomar un café o no. En la vida, vas improvisando, solucionando sobre la marcha. En la danza es igual. Improvisación es naturaleza. Mi primera improvisación fue en 1967 con el grupo de Grand Union y mientras trabajaba, me di cuenta de que el inicio de todo estaba en el mismo momento en que estamos en el vientre de nuestra madre. Me hice preguntas como qué ocurre en el subconsciente cuando empiezas a caminar. Y entonces comprendí que la base del contact no es solamente artística, sino genética”.
A diferencia de otros artistas de la danza que nos dejaron un catálogo prominente de coreografías inmortales, Steve Paxton legó un pensamiento, una forma -más humilde y menos espectacular- de hacer y entender la danza, que con los años adquirió carácter universal. De allí que no haya grandes títulos ni creaciones para la posteridad. Está su técnica, que lo hace estar vivo en casi toda la danza que hoy se hace en el mundo, lo que no es poco, pero no grandes títulos. No creía en la noción de repertorio, según admitió en aquella conferencia en Madrid.
“A nadie le importa ya lo que hice o no en 1967. Eso es tiempo pasado. Yo solamente respondo por cortesía a las invitaciones que me hacen para remontar viejas piezas pero no creo que volver a esas obras de mi pasado sea una manera de preservarlas, es solamente volver a representarlas. La performance empieza y está viva. Acaba y está muerta”.
Hacia el final de su conferencia, que más que de danza versaba sobre humanidad, dejó desplegada y verificada toda su humildad en una frase reveladora de su verdadera personalidad. “La realidad es que no sé mucho de danza contemporánea porque no soy un bailarín profesional”, nos dijo el artista que cambió la manera de bailar en el siglo XX.
