DANZA SUPERIOR
El Conservatorio Superior de Danza María de Ávila presentó anoche a su nueva generación de alumnos, que defendió un ecléctico programa en la RESAD. Fuimos a verlo y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 11 de abril de 2024
Nivel profesional el que lucieron anoche los bailarines en gestación del Conservatorio Superior de Danza María de Ávila (CSDMA), que hizo presentación oficial de su nueva generación, en su acostumbrada gala Danza en Superior, celebrada una vez más en el Teatro de la RESAD, de Madrid. Emociona ver tan numeroso e ilusionado grupo de intérpretes con aspiraciones profesionales y entristece a un tiempo pensar que en este país, tan desestructurado en cuestiones de danza, lo más probable es que muy pocos encuentren trabajo. Y no será por falta de talento… pero al margen de augurios nefastos, bien vale la pena celebrar y destacar sus esfuerzos.
El brazo contemporáneo del Conservatorio puso el listón arriba defendiendo un trabajo complejo y de grandes exigencias. Porque Le Grand Bal, de Sharon Fridman y Arthur Bernard Bazin, no es otra cosa que la magnificación y ampliación del dueto Hasta dónde? (2011), obra virtuosa del Fridman joven, que ambos bailaron hasta la saciedad para delirio de audiencias que chillaban de placer. Se trata de un angustioso loop de cuerpos en caída, siempre a punto del desvanecimiento, en un constante y enervante crescendo que requiere destreza, complicidad, compenetración, concentración y entendimiento del otro (aquí cinco parejas). Por momentos los chicos perdían el timing y la sincronización, pero es lo de menos. Lo importante radica en la carga emocional de desasosiego que juntos arrojaron sobre la platea.
Tacones y puntas
En cambio los de Flamenco le echaron gracia y humor. Toda rosada, toda impostada, Tradicción, coreografía del joven creador Alejandro Molinero, es un manual de los principios de la danza española, interpretados con rigor en las formas y buenas dosis de desparpajo en el discurso. Una pieza agradable y deslumbrante, de hecho la más vistosa de la noche, que intenta reinventar la tradición sin traicionarla.
En un tono más sombrío, Carmen Angulo montó para el equipo Youkali, que se presenta como un dueto largo y grácil, y un solo masculino apabullante (muy aplaudido anoche) arropado por un eficaz grupo de mujeres de luto cerrado. El bloque de la danza española acabó con el dueto Córdoba, de Carlos Chamorro, de Malucos Danza, ideado y pensado para lucimiento de sus dos intérpretes, que a fe se lucieron.
El ala académica del CSDMA bailó Azul, creación de delicado neoclásico, de Jorge Pérez Martínez, y un extracto de A Sweet Spell of Oblivion, del británico David Dawson, un habitual en el repertorio del Het Nationale Ballet, de Holanda, y rara avis en el paisaje coreográfico actual, que se interesa por las puntas y la técnica clásica. Poco que objetar a lo más difícil, en apariencia. El equipo domina la técnica, se defiende bien. Sin alardes virtuosos pero tirando a notable. No obstante, le falla lo invisible. Es curioso, pero en ambas creaciones, sus bailarines demuestran sus cualidades y capacidades individuales pero no parecen tener conciencia de grupo, del todo escénico, es como si cada uno defendiese lo suyo y no le importara lo que ocurre alrededor. No es que no estén coordinados con el resto, es que no parece que fuese un grupo unido, hermanado, que va todos a una... y eso resiente el resultado final.
Este individualismo no es un asunto de danza sino de la vida, un signo de los tiempos. No hay que olvidar que aunque bailen clásico, todos ellos son nativos digitales y allí fuera, en las redes sociales y en la sociedad, lo que se impone es un individualismo y una falta de empatía que empieza a resultar del todo preocupante.