USINES FAGOR / BIENAL DE LYON

UNA FÁBRICA DE LAVADORAS QUE CENTRIFUGA DANZA

El gran hallazgo de la Bienal de la Danza de Lyon no ha sido una tendencia o un artista. Tiago Guedes, su nuevo director, activó estas naves gigantes, donde se explayó un nuevo espectador para la danza. Te contamos el fenómeno…

Texto_OMAR KHAN

Lyon, 27 de septiembre de 2023

Algo parece estar cambiando en la danza. No se trata ya de una nueva tendencia, lenguaje o tipo de espectáculo. Es algo más radical, un cambio de paradigma. Tiago Guedes, nuevo director de la Bienal de la Danza de Lyon, que culmina (con éxito) su vigésima edición este domingo en la ciudad francesa, ha sabido captarlo, reflejarlo y apoyarlo en esta nueva y diferente entrega del célebre festival. Claro que, en estas tres semanas, ocurrió lo que siempre ha ocurrido, y las grandes compañías internacionales (Peeping Tom, Rosas, Ballet de la Ópera de Lyon, Dimitris Papaioannou o Ballet del Gran Teatro de Ginebra) presentaron sus estrenos en los grandes teatros de la ciudad.

Pero un poco alejado del centro urbano, en el distrito Debourg, dentro de las gigantescas naves Usines Fagor, que fueron una antigua fábrica de lavadoras, palpitaba el corazón de la Bienal y el germen de una nueva manera de entender y abordar la danza. Participación y mediación se convierten en palabras necesarias para describir lo que allí ha venido ocurriendo. Los tiempos que corren parecen estar descolocando y transformando también el concepto tradicional de espectador. Ya no se trata de alguien que compra una entrada y sentadito y calladito se dispone a ver bailar. El nuevo espectador parece reclamar protagonismo, estar vivo y activo, participar en el fenómeno de la danza, ser artista.

“Quiero una Bienal mucho más activa en el espacio público, apuntar hacia una democratización de la danza y que el ciudadano consiga una programación con proyectos participativos y de encuentro social”, declaraba hace algunas semanas a esta revista Tiago Guedes, que ve la tarea de programar como un acto político y social. La traducción de esas palabras en hechos es Usines Fagor.

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¿Quién es Pina Bausch?

Estos miles de metros cuadrados atrajeron como un imán a chavales, adultos y mayores, gente de la ciudad, que no tenía especial interés por ver un espectáculo de danza ni sabía ni le importaba saber quiénes eran o qué hicieron Pina Bausch o Merce Cunningham. “Los artistas solían tener un lugar en la sociedad, ofreciendo una visión de futuro, pero hoy se han vuelto no-esenciales”, describía Qudus Onikeku, el creador nigeriano que, después de Barcelona y Marsella,, presentaba en una de las naves de Usines Fagor su creación experimental participativa de más de tres horas Afropolis: Out of This World, un proyecto a gran escala que conecta a artistas de toda clase y de todo el mundo en una experiencia colectiva, una macro instalación que revisa la concepción de lo afro, los estereotipos y prejuicios, con coreógrafos, bailarines, djs o diseñadores que, en comunión con el público, orquestan una gran ceremonia participativa.

Pero en las otras naves se producían otras experiencias: jóvenes bailando hip hop, músicos en directo animando a la gente o grupos espontáneos creando coreografías. El Club Bingo se activó allí los fines de semana y no estaba dirigido a que la gente fuera a ver algún espectáculo de danza sino a crear un espacio de reunión y encuentro, donde los ciudadanos iban a comer, charlar y sobre todo, bailar libremente. “Mucha gente de la ciudad dice haber participado en la Bienal y no ha visto ni una sola coreografía en los teatros”, nos aseguraba Tiago Guedes.

Claro que esta Bienal ya tenía una tradición participativa, y la prueba es su celebérrimo Desfile, en el que distintos grupos sociales (ancianos, residencias, colegios, asociaciones vecinales) se pasan un año preparando una coreografía que bailan por la avenida République en el que, históricamente, ha sido el momento más esperado y mediático de la Bienal desde siempre. Este año, el pasado 09 de septiembre, pasaron por esta calle peatonal más de 4.000 ciudadanos bailando.

Pero esta experiencia se ha visto ahora diversificada y vastamente amplificada desde Usines Fagor. La sorprendente propuesta Multitud (en la foto que abre este reportaje), de la creadora uruguaya Tamara Cubas (que inaugura y clausura el FIT: Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz este octubre entrante) es el mejor ejemplo. En cada ciudad donde se presenta, la coreógrafa entrena a un grupo de 90 ciudadanos, entre los que hay artistas no profesionales, para crear una coreografía multitudinaria de casi dos horas. La coordinación y ejecución de esta propuesta, que su autora define como “un experimento socio-estético”, no solamente fascina a los que la vemos sino evidencia la entrega, compromiso y disfrute de casi un centenar de personas, que están en la escena haciendo de personas que bailan y viviendo un capítulo inolvidable de sus propias vidas.

No es que los pone a bailar una coreografía sino que, siguiendo unos patrones de movimiento, los participantes expresan humanidad y transmiten (entre ellos y hacia el público) emociones auténticas, en una creación que nació después de la pandemia y se alimentó de la necesidad primaria de volver a tocarnos, mirarnos, comunicarnos y redescubrirnos como seres humanos, una obra artística que trasciende la noción del espectáculo y nos reafirma como seres humanos.

Aunque más convencional, más atada a la idea de espectáculo, Liberté Cathédrale (en la foto inferior), primera gran realización del francés Boris Charmatz como director de la compañía alemana de Pina Bausch, apostaba por el site-specific y creaba desde la noción espiritual de catedral, una propuesta en la que en un momento determinado algunos espectadores eran invitados a ocupar el espacio escénico de la nave, y en comunión con los bailarines, se unían en una ceremonia espiritual, profundamente humana, que pertenecía a todos.

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Más allá de la Bienal

El fenómeno es expansivo. Los teatros y festivales ya vienen poniendo en marcha iniciativas de mediación y participación, que colocan como prioritarias de sus programaciones. La valenciana Marina Mascarell, que acaba de ser nombrada directora del Danish Dance Theater, la agrupación más relevante de Dinamarca, nos explicaba que el humanismo va a ser un eje fundamental de su proyecto. “No vamos a limitarnos a representar funciones, sino que la danza se va a emplear como un arma para la cohesión social”, nos anunciaba.

En Barcelona, el Mercat de les Flors es un lugar cada vez más abierto, que intenta atraer a los ciudadanos a vivir la experiencia de la danza más que a venir a verla. En Madrid, el Centro Cultural Condeduque, avanza con programas concretos en este sentido. Su directora, Natalia Álvarez Simó, que estuvo estos días en Lyon, nos lo explicaba esta mañana durante la presentación de la temporada escénica del centro que dirige.

“Ya venimos haciendo trabajo de mediación. Hemos tenido, por ejemplo, a mayores de 65 años creando sus propias piezas, pero esta temporada además inauguramos Espacio Pom, que ofrecerá a los adolescentes nuestra Sala Polivalente durante las tardes de invierno, cuando no pueden ir con sus amigos a ensayar y montar sus piezas de Tik Tok en la Plaza de Castilla”, nos desvelaba. “Habrá una app donde se apuntan y vienen aquí a ensayar, a bailar y a compartir, sin ser profesionales”.

Álvarez Simó entiende Tik Tok como una herramienta de gran utilidad en la mediación. “La velocidad de la vida, la falta de concentración y los nuevos tiempos están transformando el rol de espectador. Ya no pagan y se sientan a mirar. Quieren participar, porque ya bailan y Tik Tok es una ventana, puede ser el inicio de otra cosa. La danza ya no queda tan lejos de sus cuerpos. Bailan, ven bailar a sus amigos. El espectador está dejando de ser pasivo… y ya no hay marcha atrás”, vaticinaba.

*¿Quieres participar en Multitud, de Tamara Cubas, en el FIT de Cádiz? Lee FIT DE CÁDIZ 2023 (susyq.es)