“LO QUE DI, LO DI CON TODO MI AMOR”
Si hay algo especial en el Hamlet que se estrena esta noche en El Escorial, es el regreso de Merche Esmeralda, luminaria del flamenco que reaparece después de años sin pisar un escenario…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 25 de agosto de 2023
Es verdad que cuando Shakespeare creó Hamlet, el gran papel fue siempre el de Hamlet. Pero esta noche, el de su madre Gerturdis, un secundario, tomará especial relevancia en el estreno de la versión a caballo entre el flamenco y el teatro que estrenará Cristiane Azem en la recta final del Festival Internacional de Verano del Escorial (FIVE), en el Auditorio de la ciudad, porque supone el inesperado regreso a las tablas de Marche Esmeralda (Sevilla, 1947), toda una institución del baile flamenco.
Ya retirada, la bailaora ha dejado atrás una carrera brillante que tuvo su caldo de cultivo en los tablaos de Madrid y Sevilla. “Es la bailarina de movimientos más perfectos de cuantos existen”, dijo de ella el gran Antonio, que la llamó a formar parte del Ballet Nacional de España (BNE) cuando él lo dirigía a finales de los años setenta. Allí se consagró con grandes papeles como el de El amor brujo.
Más tarde, funda el Ballet de Murcia, con el que estrenó El cielo protector, en el que participaban junto a ella Joaquín Cortés y Antonio Márquez. Ha sido destacada docente y ha llevado su flamenco a todo el mundo, ha participado en televisión y, en cine, en las películas Sevillanas y Flamenco, de Carlos Saura. En definitiva, Merche Esmeralda es parte activa y relevante de la historia de la danza española.
¿Qué tiene este Hamlet para que la haya hecho volver a un escenario?
He aceptado hacer este Hamlet porque es una propuesta de danza-teatro, un género que a mí me gusta mucho. Yo hice Medea, El cielo protector o Don Juan como protagonista pero aquí no hago del personaje central, lo que me da pie a poder enfrentarlo porque ya no soy ninguna niña y hay que saber hasta dónde puedes llegar. Después me gusta porque es una obra por todos conocida presentada desde una riqueza multicultural muy interesante, que va desde el flamenco más puro con un ramalazo de contemporáneo hasta la música, que abarca la guitarra española y el bel canto. Será una forma muy diferente de ver Hamlet.
¿Echaba de menos bailar?
Una es artista desde que nace hasta que se muere, ese gusanillo lo llevas contigo siempre. Tu cuerpo te limita pero nunca tus sentimientos ni tu mente Llevaba ya bastante años sin bailar pero he tratado de mantenerme dentro de este mundillo, así que me voy a Sevilla a hacer algo y luego me voy a otro lado, de forma que me entretenga. Lo que di, lo di con todo mi amor, y lo que quiero ahora es aprovechar lo que me queda pero disfrutando de la vida, algo que en otro momento no he podido permitírmelo. Pero el día que deje de querer aprender ya me habré muerto.
¿Cómo empezó en el flamenco?
Yo empecé cantando pero descubrí el baile cuando fui a la Academia de Adelita Domingo y entonces mi corazón se llenó cosas que no podía explicar pero sentía necesidad de hacerlas. Aprendí a bailar con doce años y empecé a ir a la Base Naval de Rota, a los concursos de Radio Sevilla y Radio Nacional de España, hasta que bailé en El Guajiro, un tablao sevillano de mucha categoría al que le quedaba poco para que lo cerraran pero por el que habían pasado las grandes figuras de Andalucía, y de allí, me vine entonces con 16 años a Madrid, a bailar en El duende.
En su formación, los tablaos han sido importantes…
Muy importantes. Ni con todo el dinero del mundo aprendes tanto como en un tablao. Allí conoces el ritmo, conoces la dificultad y lo que es la improvisación cuando hay no hay tiempo de ensayar. Cuando vas a bailar a un teatro ya tienes la mitad ganada, porque el público ha pagado por verte pero en un tablao no, allí la gente paga para divertirse. Aquí tienes que enseñar al público a que se calle. Era duro. Había tres pases de más de un hora cada uno. Entrabas a las diez de la noche y salías a las tres de la madrugada.
En el mundo profesional del flamenco hoy, los tablaos ya no tienen tan buena prensa…
Como todo, los tablaos también han cambiado mucho y hoy es de otra manera. Los artistas jóvenes de hoy no lo ven como una opción porque es un trabajo muy difícil y pagan muy poco. Tanto que hablamos hoy del flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad pero ya podrían proteger algo más a los bailaores y bailaoras, porque esos son los que van a mantener ese patrimonio… yo cuando voy a Sevilla y veo a esas criaturas en el Parque María Luisa o en la Plaza de España bailando para que la gente les eche dinero, me da mucha tristeza porque ni esas niñas y chicos se merecen eso ni el flamenco tampoco. ¿Cómo es posible que unas criaturas con talento para bailar tengan hacerlo en la calle con calor, con frio y con lluvia por dos duros?
Hubo intentos, pero nunca fraguó una compañía suya…
Cuando yo hice Mujeres [1996 con Sara Baras y Eva Yerbabuena, entre otras] me acosté sin deberle nada a nadie y me levanté con una deuda de dos millones de pesetas. No se me olvidará tampoco una gala que organicé con grandes figuras: Manolete, El Güito, Pepe Antequera, El Veneno y otros, que culminó en Alicante. Ese día pagué a todos los artistas y por un error de mi manager entonces, no habíamos comprado los billetes de regreso, y de lo ganado no quedaba ni para eso. Tuve que decirle al Güito que me devolviera sus honorarios y que se los pagaba cuando llegáramos a Madrid. Yo para seguir con esto hubiese tenido que pedir un préstamo. Es verdad que hoy hay más ayudas pero te lo ponen muy difícil.
¿Hay un papel de los tantos bailados con el se identifique especialmente?
Cada papel que bailas es como un hijo y nunca hay uno favorito, pero es verdad que siempre hay uno que es más zalamero y te come la moral, y a mí me pasa con la Medea del maestro Granero. Es un personaje tan difícil, tan complejo, tan rico… cada vez que lo bailaba me pasaba el día asustada, cuando lo hacía lo disfrutaba pero cuando terminaba era como si me hubiera absorbido. Lo pasaba mal, es verdad, pero era maravilloso poder hacerlo.
