EL DESAFÍO DE DEMIS VOLPI
Al joven director saliente del Ballett Am Rheim le espera un compromiso relevante: la dirección artística del Ballet de Hamburgo, donde sustituirá a John Neumeier, que ha reinado allí más de 50 años. Desde Alemania, nos cuenta cómo lo vive…
Texto_OMAR KHAN Foto_BETTINA STOES
Madrid, 04 de febrero de 2024
El coreógrafo argentino Demis Vopi, a sus 37 años, sabe lo que es el vértigo. Su ascenso ha sido veloz y fulgurante. Bailó desde los cuatro hasta los 24 años, dando por finalizada su vida escénica en el Ballet de Stuttgart, donde le dieron la oportunidad de forjarse como creador, llegando a ser rápidamente Coreógrafo Residente. Cerró sus compromisos allí con la idea de hacerse free-lance, cuando le llamaron para ofrecerle ser el director artístico del Ballett Am Rheim, de Düsseldorf, donde ingresó en 2020. Y desde hace dos años, el Ballet de Hamburgo, legendaria agrupación dirigida desde hace más de 50 años por John Neumeier, espera ansiosa que termine su contrato en Rheim para que sustituya al reputado maestro, lo que ocurrirá en la inminente temporada 2024/25. Será una situación inédita para Volpi y para el mundo del ballet, pues Neumeier sigue vivo y permanecerá vinculado a esta institución, que atesora, resguarda y difunde su legado.
La gestión de Volpi como director del Ballett Am Rheim terminará así este verano, y tras varios montajes relevantes como su particular versión lésbica de Giselle (en las fotos), aún le quedan estrenos importantes. Tras el programa True Crime, que se estrenó este pasado mes de enero,, en el que abordaba historias de asesinato y detectives, tendrá una nueva creación junto a obras de Hege Haagenrud y Andrey Kaydanovsky. En abril, estrenará el ballet abstracto Surrogate Cities, y en junio, como despedida, repondrá Krabat, el que fue su primer gran éxito en el Ballet de Sttutgart.
¿Qué le empujó a hacerse coreógrafo?
Cuando empecé como bailarín en Stuttgart sentí que algo me faltaba y la verdad es que me daba temor salir al escenario. Sin embargo, me interesaba más el proceso creativo que la función. En Stuttgart siempre han impulsado a los bailarines con inquietudes por la creación y me dieron la oportunidad. Para mí fue una experimentación personal pero interesó lo que hacía y fueron surgiendo encargos de directores artísticos para crear en distintas compañías.
Krabat, con la que termina su relación con el Ballet Am Rheim fue su primera obra relevante en Stuttgart…
La más importante. Fue mi primer ballet de una noche, era completamente nuevo y hubo que crear un libreto, fue intenso y enriquecedor. Cuando me dieron a toda la compañía para crear, yo llevaba apenas seis años coreografiando. Basada en una importante obra literaria alemana, trata sobre las estructuras dictatoriales que hubo en Alemania llevadas a un mundo de fantasía, de forma que no hace referencia concreta a ellas, pero explica los mecanismos del poder.
¿Cómo llegó la dirección del Ballet am Rheim?
Mi contrato en Stuttgart se terminó, y ya tenía algunas ofertas para dirigir óperas y ballets como free-lance, por lo que estaba muy contento. Recuerdo que estaba desempacando libros en mi casa nueva, cuando me llamaron de Düsseldorf y me preguntaron si me veía dirigiendo la compañía. Y hoy lo veo y no, no podía imaginarme haciéndolo. Pero empezamos las conversaciones y les dije que para mí era importante continuar con lo que ya había. No soy muy partidario de que el que llega debe romper con todo lo anterior porque creo que las instituciones artísticas no son abstractas, son personas, artistas que están trabajando, que han establecido un diálogo con el público y un vínculo con la ciudad. Pero para eso, hay primero que pensar si lo que uno está buscando puede alinearse con lo que ya hay. Y era el caso.
¿Qué diferencia hay entre la compañía a la que llegó y la que ahora deja?
Yo creo que hemos expandido la diversidad dentro del elenco y de eso estoy muy contento. Ahora los 45 bailarines coinciden en tener una base clásica muy fuerte pero al mismo tiempo, son distintos el uno del otro y cada uno tiene algo único que aportar a los procesos artísticos. También hemos estimulado las veladas temáticas como fue el programa I am a problem, que unía la reposición de Carmen, de Roland Petit, con una pieza de nueva creación de la norteamericana Aszure Barton [la misma que estos días triunfa en California, con Mere Mortals, la coreografía que le ha encargado Tamara Rojo para el San Francisco Ballet] . Y hemos creado un nuevo departamento de mediación, con programas de danza fuera del escenario o el de comentarios en directo para invidentes. Intentamos que el ballet fuese más inclusivo.
¿Y qué cree que esperan de usted en el Ballet de Hamburgo?
El comité de búsqueda me contactó por mi pasado en Stuttgart, porque es una compañía que ha conseguido un equilibrio entre celebrar a John Cranko, su fundador, y al mismo tiempo, darle mucho espacio a la nueva creación. También por el trabajo hecho en Düsseldorf, esos programas que enfrentan el pasado y el presente como I am a problem o Los cuatro nuevos temperamentos, en la que reponíamos el original de Balanchine con cuatro creaciones nuevas que reimaginaban cada uno de los temperamentos. Uno de los coreógrafos invitados fue, justamente, Neumeier.
Pero es diferente. En el caso de Stuttgart, se trata de mantener activo el repertorio de un creador muerto pero en el caso de Hamburgo, Neumeier sigue allí…
Es una situación única pero a Neumeier le parecía bien que fuera yo. Él había trabajado aquí, me conocía como director no por la percepción pública, sino por verme trabajar desde dentro, y entonces aceptó prolongar su estadía más allá de sus cincuenta años, que era su meta inicial de cese, hasta que yo quedara libre. Lo atractivo para mí de este proyecto es aprovechar la oportunidad única de poder entrar en diálogo real con el creador y descubrir con él las posibilidades de todo ese repertorio creado, sin excluirlo. Estoy ansiando explorarlo.
