ALBERTO CONEJERO ABRE MAÑANA LA CASA DEL ORNITORRINCO
La danza no es solamente danza en el Festival de Otoño de Madrid, que arranca mañana su edición 41º, y extiende su generosa oferta hasta el 26 de noviembre. Su director nos lo ha explicado…
Texto_OMAR KHAN Fotos_JULIAN MOMMERT / YANINA ISLA
Madrid, 08 de noviembre de 2023
Hemos querido hablar de danza con este hombre de teatro, al que le ha tocado programarla. Y desde luego, no nos hemos encontrado con el director de un festival escénico que programa danza muy a su pesar. El dramaturgo y creador escénico Alberto Conejero inaugura mañana la que será su última edición del Festival de Otoño de Madrid, pasando el relevo a Pilar Izaguirre, que ha sido una figura histórica de este mismo festival, al que volverá a la dirección artística el próximo año. Con figuras internacionales estelares, que van desde Dimirtis Papaioannou (foto superior), pasando por Sasha Waltz (foto inferior) hasta la controversial Catherine Gaudet, y un puñado nacional que incluye a compañías pioneras como Mal Pelo, artistas jóvenes consolidados como Jesús Rubio Gamo, Alberto Cortés o Luz Arcas de La Phármaco, hasta apuestas nada desdeñables como los emergentes de Marcat Dance o Mucha Muchacha, la danza no parece accesoria en la oferta del festival este año. No obstante, Conejero no siente que esté programando danza. Su visión del festival es más global y poliédrica. No de cuotas.
“He intentado reventar las taxonomías desde un conocimiento profundo de las poéticas teatrales sin hacer distinciones entre teatro, danza, teatro físico o teatro de objetos, apostando por la creación híbrida. Al colocarle nombres, les cerramos posibilidades de lectura y en el caso de la danza, yo hablaría más de la importancia del cuerpo como signo”, reflexiona.
“Hay territorios híbridos o fronterizos, que yo creo que son de los que el Festival de Otoño se tiene que ocupar porque en esta ciudad tenemos festivales como Madrid en Danza, Los Veranos de la Villa, Suma Flamenca y las programaciones regulares de danza en el propio Canal o Condeduque… por lo que considero parte de mi trabajo programar espectáculos donde el cuerpo capitanea una experiencia escénica que a veces podemos llamar danza y a veces no. Son propuestas que vienen dinamitar y pulverizar las ideas preconcebidas. Lo que no quiero es que haya un ciclo de danza dentro del festival, reducirlo a una cuota o un espacio”.
Conejero, un declarado devoto de la cultura griega, nos desveló hace dos años un fenómeno de la modernidad, que seguía siendo el gran desconocido en la capital: Dimitris Papaioannou. Teniendo en cuenta el impacto que produjo, vuelve a programarlo, pero sabe que Ink, el dueto de agua que nos los trae de nuevo, es menos espectacular que Transverse Orientation, su espectáculo anterior para toda la compañía. Pero no le importa. Su presencia responde más una directriz del festival que a la ambición de querer anotarse unos puntos.
Un tiempo ritual
“Yo quiero que los espectadores puedan apreciarlo ahora en un formato pequeño e íntimo. Notarán que hay elementos que se mantienen, como el agua, pero diferencias como que ahora hay una apuesta clara por un tiempo ritual, que algunos podrán considerar tiempos vacíos, muertos o aburridos. Yo sé que creará opiniones dispares pero a mí me interesa esa reacción del público. Yo creo que está muy bien que la gente también pueda experimentar ese vacío ante la falta de estímulos vertiginosos. Como sociedad tenemos pánico a los tiempos sosegados y creo que, justamente, ese es uno de los valores de esta pieza”.
También se toma muy en serio dónde vamos a ver estas creaciones, porque el festival dispone de muchos espacios en Madrid capital y el resto de la Comunidad. El hecho de que Ink sea, relativamente, una producción más pequeña no significa que le corresponda una sala alternativa. “Me gusta que los espacios contribuyan a significar poéticamente las propuestas, por lo que poner el espectáculo de Dimitris en la Sala Verde o en la Sala Roja del Canal no era una decisión menor. Y al final elegí la grande, la roja, porque en la verde me parecía que iba a quedar demasiado compacto y quería respetar esa sensación catedralicia que tiene la propuesta, ese espacio para respirar que han de tener las catedrales”.
Explica que, en el diseño de todo el festival, ha huido, muy intencionadamente, del delirio y la inmediatez, del ‘bravo bravo’ y la ovación enloquecida. “Me interesa mucho la vivencia del espectador que no sale eufórico sino que necesita tiempo para procesar lo que ha visto”. También ha reflexionado mucho sobre la manera de llamar la atención y atraer al espectador hacia aquellas propuestas menos deslumbrantes pero que tienen un poso de sabiduría en su interior. “Hay que animar al público a conocer lo desconocido y a la sombra, por eso hemos ideado los abonos, que te permiten ver los grandes nombres y luego por cinco euros te puedes apuntar a aquellos creadores que no conozcas. Cuesta mucho vencer los prejuicios sobre la danza y quiero un espectador que entienda que le sale a cuenta pagar lo que cuesta ver a Dimitris pero ya de paso, también a Mal Pelo y a La Pharmaco”.
Alberto Conejero asegura que cuatro años al frente del Festival de Otoño de Madrid, que este año llega a su 41º edición, ha sido, en lo personal una experiencia enriquecedora, que ha expandido su mirada hacia lo escénico, que le ha permitido destrozar casillas, barreras y limitaciones. “Este es un festival de creación híbrida. Es lo que quiero decir cuando le llamo la casa del ornitorrinco, porque son piezas que desafían las taxonomías, las fronteras y nuestras certidumbres, nuestras costumbres de mirar”.
Que suba, entonces, el telón…
