EL ESTRUENDO DE LA TXALAPARTA
Kuaki Dantza se puso en manos del creador madrileño Jesús Rubio Gamo, que presentó anoche en el marco de dFeria su nueva creación ‘Txalaparta’. Fuimos a verla y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN
San Sebastián, 14 de marzo de 2024
Vibró anoche el Teatro Victoria Eugenia, de San Sebastián, con el estruendo de la txalaparta, que sirvió de hilo conductor a los bailarines de Kukai Dantza quienes, siguiendo la estela habitual de la compañía liderada por Jon Maya, recurrieron ésta vez al madrileño Jesús Rubio Gamo, un coreógrafo ajeno a la agrupación y a las danzas tradicionales vascas, para que les montara una coreografía desde la libertad creativa pero respetando la especialidad de la casa: su compromiso con las danzas típicas de Euskadi. La llamó simplemente Txalaparta y era uno de los espectáculos de danza más esperados en esta trigésima edición de dFeria, el gran encuentro escénico vasco que culminará mañana.
De las creaciones que han montado otros coreógrafos para Kukai ( Cesc Gelabert, Marcos Morau, Sharon Fridman…) quizá sea Txalaparta la que aparece más en sintonía y apegada a las danzas tradicionales vascas. Rubio Gamo les da espacio y protagonismo pero al mismo tiempo se aprovecha y las trabaja desde la base de su propio vocabulario y modos escénicos. Claro que la imponente presencia y sonido ensordecedor de las txalapartas, que son interpretadas por los mismos bailarines de Kukai, marcan y deciden el tono vasco, incluso por encima de la danza. Y aunque hay una sección ceremonial larga en la que cede lugar a la sugerente música electrónica de Aitor Etxebarria, los momentos decisivos vienen cuando los golpeteos de la txalaparta llevan las riendas de lo coreográfico. El equipo de la compañía de Jon Maya responde, sabe amoldarse, parecen acostumbrados ya a bailar desde directrices ajenas.
Viniendo de Rubio Gamo, un creador que en su Gran Bolero mostró y demostró su habilidad para llevar con precisión asombrosa el timing y crescendo de una obra que iba desde la quietud hacia el paroxismo, sorprende el ritmo irregular de Txalaparta, que aparece entrecortada, fragmentada en trozos muchas veces inconexos y otros repetitivos, que dificultan el avance y la fluidez. Abre con el estruendo del instrumento, da paso a un solo, en el que no queda del todo justificado el desnudo de su bailarina, cede lugar entonces a un cuarteto. Vuelve de nuevo al instrumento, ahora lo deja y otra vez vuelta a lo coral… así hasta el final. Las frases coreográficas, que por momentos recuerdan a las de su creación Acciones sencillas, van, vienen, desaparecen y vuelven, a veces fusionadas y por momentos intercaladas con momentos de puro neofolk vasco. Esta especie de fragmentación, que sugiere indecisión, resiente la estructura y le impide avanzar de forma ordenada y lógica, tener un clímax o bajar a un anti-clímax.
No obstante, Txalaparta tiene un gran sentido del espectáculo. El tratamiento cromático, con esos azules, amarillos o rojos absolutos que pintan la escena, el uso imponente de la parrilla de luz que sube y baja, el uso inteligente del claro-oscuro, ciertas composiciones grupales con cargadas y entrelazamiento de cuerpos o un uso expresivo del volumen, juegan a su favor, dan espectacularidad y aportan una belleza formal que ennoblece el todo. El aplauso del público que abarrotó anoche el Victoria Eugenia fue amable pero sin las exaltaciones habituales cuando Kukai baila en casa.
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