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COSIFICADAS 

Arrancó anoche el ciclo Canal baila con el estreno de ‘Solas’, una reflexión sobre el cuerpo de la mujer en la sociedad de hoy, firmado por Candela Capitán. Fuimos a verlo y esto nos pareció…

 

 

Texto_OMAR KHAN Fotos_PABLO LORENTE

Madrid, 03 de septiembre de 2023

Solas, la pieza que la creadora andaluza Candela Capitán estrenó anoche (con función adicional esta tarde) y que dejó inaugurado el ciclo Canal Baila de Teatros del Canal, apunta hacia una deconstrucción y fragmentación del erotismo tóxico, vulgar y cotidiano que cosifica a la mujer de hoy. No el de la pornografía ni la explotación sexual, sino el de la vida cotidiana, que empieza por la codificación y normalización de poses eróticas que, sin siquiera percatarse, las adolescentes de instituto terminan usando en sus redes sociales o cuando bailan felices su perreo, sin prestar atención al contenido humillante, especialmente en el tristemente popular reguetón.

El mensaje llega con nitidez y se asimila en los primeros diez minutos, en los que las cinco bailarinas vestidas irónicamente de rosado, el color oficial de la neoBarbie empoderada que nos acaba de vender la industria del cine, repiten con distanciamiento, mecanización y frialdad un pequeño puñado intercambiable de “poses sexuales” sacadas de Chaturbate, una plataforma erótica que ha sido (y es, porque en cada función se conectan en directo y le dan acceso a todo el que tenga la app) una herramienta fundamental para lo coreográfico y lo ideológico del discurso.

La coreografía se concentra en mostrarnos un largo intercambio de poses, a la manera minimalista, pero sin el añadido de la acumulación y crescendo que conduce al hipnotismo y la fascinación como hacía Lucinda Childs, porque eso, claro, desvirtuaría el mensaje que busca repudio y no fascinación. Aunque esta dinámica escénica permanece más o menos invariable, hay un giro importante cuando esa vacía música techno-machacona que nadie en el escenario baila pero que nos hostiga con su escándalo, se sustituye con idéntico volumen por el reguetón más ordinario, vulgar e irritante, que es el que en nuestra sociedad triunfa entre chavales/as. Es el gran hallazgo de la propuesta, porque re-significa todo lo que ocurre en escena solamente por el hecho de traer a primer plano un chocante elemento sonoro: las voces masculinas de cantantes boricuas de dudoso talento que repiten hasta la saciedad estribillos soeces y machirulos como ese clávala-clávala-clávala-clávala con el que Capitán nos tortura un buen rato.

 

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Buenismo

El bien intencionado y pertinente mensaje de Solas queda clarísimo. Hemos hecho rutinarios y hemos normalizado gestos y comportamientos que cosifican y sexualizan al cuerpo de la mujer. Y está resuelto escénicamente desde la repetición y la rutina, porque así es como ocurre. Después de ver veinte chicas en la app, notamos que son clones que repiten poses como robotinas. El concepto enlaza bien con la resolución coreográfica. Tiene su lógica. Pero, en la defensa de su premisa, Solas adolece de sentido del espectáculo. Una cosa es querer transmitir aburrimiento, y otra es hacer un espectáculo aburrido. Todo el discurso se concentra, plantea y agota en los primeros diez minutos de la primera parte y en los diez de arranque de la segunda.

Este despojamiento, este reduccionismo minimalista, termina lastrando el todo. Lo interesante (y trascendente) sería que el público no fuésemos nosotros, los de la danza, sino esas chavalas de instituto que ni se dan cuenta de cómo contribuyen a la auto-cosificacion pero difícilmente Candela Capitán va a llegar a ese segmento social. Para la mayoría de nosotros, público del Canal, lo que plantea no es un descubrimiento, y tras diez minutos, no pensamos que todas las cartas estén ya echadas y aspiramos a que aquello avance hacia otros derroteros. Pero no sucede.

No obstante, anoche, en primera fila, había una chica no tan joven, que cuando entró el reguetón no paró de menearse, hacer perreo a pequeña escala en su butaca y mover los labios susurrando clávala-clávala-clávala. Era una reacción espontánea, automática, no parecía ni darse cuenta de que lo hacía, pero era obvio que se divertía. Poniéndonos malignos, ella, por ejemplo, sería ilustración perfecta del fracaso de la propuesta.

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