BAJO LA CÚPULA, EL HORROR...
Estrenó anoche Antonio Ruz ‘Pharsalia’ en los Teatros del Canal. Fuimos a verlo y salimos deslumbrados y consternados. Léelo…
Texto_OMAR KHAN Fotos_PABLO LORENTE
Madrid, 22 de octubre de 2022
Usualmente asociada a lo festivo, la danza cuando quiere, puede también expresar el horror. Lo demostró anoche el creador cordobés Antonio Ruz en la Sala Roja de Teatros del Canal, donde estrenó su nueva [y más ambiciosa] producción Pharsalia, coreografía bélica y coral, contundente y visualmente poderosa, que tiene punto de partida en el poema épico homónimo escrito por Lucano en el siglo I, pero ni de lejos es un intento por representarlo.
No es obra narrativa, de hecho, aunque sí temática. Todos sus referentes vienen de la guerra y todos los recursos escénicos están diseñados en función de este tema. Los sugerentes trajes-uniformes, de Alejandro Andújar; la inquietante música metálica de Aire; la iluminación de Olga García que otorga colores vivos a los estados emocionales, con luces estroboscópicas para el paroxismo; los movimientos de Ruz por momentos angulosos y militaristas, y a veces más bien flácidos en esos cuerpos derrotados que inevitablemente se desploman… pero, sobre todo, la escenografía, también de Andújar, esa cúpula traslúcida y omnipresente bajo la que ocurre todo.
La cúpula ahoga y asfixia, encierra y aniquila, oprime, mata, no deja escapatoria. Bajo este fantástico dispositivo los militares entrenan, los cuerpos sin vida se amontonan, los que aún no han muerto intentan escapar y los combatientes afrontan la batalla. Los bailarines, equipo superlativo de once magníficos intérpretes totalmente comprometidos, se dividen las tareas pero en un momento especialmente dramático se convierten en una masa informe de cuerpos retorcidos, llenos de dolor y espanto al ritmo esa música que fustiga. A pesar de que hay belleza, no es obra demasiado esperanzadora. Tampoco fácil.
El horror, el horror…
Referencias hay muchas en Pharsalia, no solamente Lucano. La monotonía de los entrenamientos y maniobras, en el primer tramo verde militar, recuerda al Stanley Kubrick de La chaqueta metálica; la sección ambar, de dolor, parece combinar el espíritu trágico de El corazón de las tinieblas, de Conrad, y su extensión cinematográfica, aquel Apocalypse Now, de Coppola, donde un delirante y enloquecido Marlon Brando susurraba aquello de “el horror, el horror, el horror…” y, al final del todo, aparece muy presente Ibis Albizu, que en su Filosofía de la danza, influencia reconocida y admitida por el coreógrafo, decía: “La guerra es espectacular y la danza un espectáculo”.
Hay, eso sí, un pequeño intento de abrir camino a la esperanza, optar por la paz como salida. Ocurre al final cuando la cúpula se ha convertido en escombros y sobre ella camina lo que sería la población civil, superviviente y taciturna, hombres y mujeres apoyándose unos a otros, marchando unidos en fila como una versión triste de las recurrentes cadenetas alegres de Pina Bausch y ondeando una bandera, como si el Memorial de Guerra de los Marines de Washington tomara vida en la sala y se abalanzara sobre la audiencia clamando por un mundo pacificado, en el que viene a ser el momento más emotivo y luminoso de esta propuesta oscura y desesperanzada.
Que Antonio Ruz tiene talento no es novedad. Lo es la valentía de arriesgar tanto en una obra grande con un tema necesario pero difícil y poco complaciente. Podría parecer un sinsentido ahondar hoy, en el siglo XXI, en un poema bélico del siglo I, pero la existencia en nuestros días de personajes como Putin terminan dando coherencia, vigencia, validez y legitimidad a este discurso antibélico de hace más de 20 siglos, en el que Lucano, ante todo, pareciera hacer radiografía de una parte siniestra pero indisociable de nuestra naturaleza humana.
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