LA SOLEDAD DE LA CORREDORA DE FONDO
Blanca Arrieta estrena esta semana en La Quincena Musical de San Sebastián ‘Eso’, una intervención coreográfica a la exposición ‘That Time’, de Tabakalera. Quisimos saber la motivación de su trabajo y esto nos contó…
Texto_OMAR KHAN Fotos_JUAN FÉLIX RUIZ
San Sebastián, 16 de agosto de 2023
Son más de veinte años de perseverancia. Blanca Arrieta (Vitoria, 1970) ha sido creadora, un tanto silenciosa, construyendo una obra vinculada con las artes vivas desde tiempos en los que en el país habían solo unos pocos interesados en esta vertiente, que nunca (ni antes ni ahora) ha gozado de audiencias masivas ni ruidos mediáticos.
Aunque autora de coreografías como Vértigo, Zero, 3600, Memoria, Efecto mariposa o Rest, no son títulos en particular los que dan forma y significado a un trabajo que hay que verlo más bien como un continuo construyéndose en el tiempo. En cada una de estas creaciones, no hace más que desvelar una nueva y sorprendente arista de la misma investigación, una que busca la exploración de todas las posibilidades comunicativas del cuerpo en la construcción de un lenguaje de danza propio.
No es excepción Eso, la intervención coreográfica que hace ahora a la exposición That Time, que adelanta el espacio Tabakalera, de San Sebastián. La propuesta se ha gestado al amparo de la 84º edición de La Quincena Musical, que diseñó su episodio más relevante de danza este año con el programa Tabakalera Dantzan, en el que ha anexado y acomodado distintas coreografías en el contexto de esta exposición plástica que, a su vez, ha articulado su discurso y curaduría en conexión con la obra That Time, de Samuel Beckett. En este contexto, a Blanca Arrieta se le ha ofrecido una residencia de creación para que desarrollase un proyecto coreográfico vinculado a la exhibición, cuyo resultado podrá verse del 19 al 22 de agosto en el fantástico museo donostiarra.
¿Por qué eligió el camino de la investigación en la danza? No es el más rentable…
Siento que cuando empecé como creadora emergente todo iba a gran velocidad y me comió la vorágine, todo lo que se construía a mi alrededor iba más rápido que lo que yo estaba intentando construir. Y tuvo que venir un punto de inflexión. No fue una elección volcarme en este tipo de investigación, la necesidad me llevó. Había un entorno que me estaba empujando a entrar en circuitos comerciales, pero de una manera quizá involuntaria, yo me resistía, porque lo que me ha gustado siempre es entrar en el estudio y buscar e investigar el movimiento, analizarlo, estudiarlo, componer… es algo que vino solo, no me esforcé en buscarlo.
¿Cuáles han sido sus referentes?
En el principio autodidacta, no tenía referentes. Más tarde fueron apareciendo. Acercarme a la pintura me ayudó mucho. Descubrí el trabajo de Egon Schiele, que me llevó a investigar el gesto como la expresión más humana y auténtica del cuerpo. En otro momento fue el mundo sonoro. La música en la danza me generaba conflicto porque yo quería escuchar el cuerpo, trabajar su sonoridad y vaciar de música el movimiento, lo que me llevó a John Cage, que es otro referente, quizá junto a [el director escénico] Bob Wilson, que en un lugar tan apretado como un escenario a la italiana plantea que el espacio es infinito, a partir de la vertical, la horizontal y el movimiento, dando gran relevancia al tiempo.
Tras todas estas búsquedas… ¿ha encontrado?
No. Yo investigo sobre supuestos que probablemente no tienen respuesta. Esto va ser así toda la vida y no me importa. La obra es, justamente, este camino. Cada trabajo es diferente y me genera nuevos conflictos, distintos problemas coreográficos. Cuando me invitaron a trabajar en el Guggenheim, de Bilbao, se me interpuso el problema del espacio, cómo hacer que en un espacio tan espectacular siempre lleno de gente, el visitante prestara atención al cuerpo.
Eso ha sido un encargo ¿cómo encaja en su investigación?
Yo lo he visto como una oportunidad. Me permite revisar todo lo que me he preguntado y me pregunto sobre el cuerpo, el espacio físico, sonoro y corporal. Es también importante porque soy yo sola, ésta vez sin equipo, sin bailarines a los que observar. Hace muchísimos años que no bailo y de pronto, se presenta esta ocasión de volver, lo que abre otro momento, ya no sé si de llegada o de salida…
¿Qué supone una intervención a una exposición que fue diseñada y estrenada sin pensar en usted?
El reto en realidad ha sido la exposición misma. Me ofrecen un espacio para crear que ya está lleno de obras con una inmovilidad y una presencia muy potente, obras de diversos artistas, momentos y estilos, que ya dialogan entre ellas, y todas tienen como trasfondo la obra That Time, de Beckett, al que yo no conocía muy bien. Descubro entonces esta obra que ha sido escrita sin signos de puntuación y que explora la sonoridad, lo que me ha ido llevando a la exploración del ritmo de las cosas. Las preguntas que me surgen tienen que ver con cómo me incorporo yo a este espacio, qué puede aportar mi cuerpo y movimiento. Yo no he venido con la obra hecha para ser representada, así que lo que me gustaría es entrar y generar una especie de exploración de relaciones posibles sobre las ya existentes, generar una continuidad con mi cuerpo pero también con el cuerpo de los espectadores, que tampoco tienen un lugar asignado en estas salas.
¿Y en general cómo se relaciona su obra con el público?
Yo tengo esta necesidad de aprender qué es la danza como lenguaje, pero eso representa el 50% de mis preocupaciones, el resto está en la responsabilidad que tengo con el público. En todo lo que hago siempre pienso en cómo se percibe este intento de acercar otros mundos al cuerpo. No se trata de que lo entiendan pero sí de generar pensamiento y conexiones, apelar a la imaginación, a la memoria, activarlas de alguna manera
Y… ¿se puede vivir de esto?
A ratos… digamos mejor que vivo con ello. Yo creo que el panorama ha ido a peor. Hay más estructuras pero no la misma libertad con la que trabajábamos antes. Son muy pocos los trabajos de autoría que han conseguido equilibrar la parte comercial con un lenguaje propio. Hoy el hacer del artista tiene mucho contagio de lo que la sociedad demanda y esto hace que en vez de construir su lenguaje, el creador se vaya hacia lugares que no son los que necesariamente le interesan, lo que hace que el crecimiento de su obra no sea sano.