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HACIA UN BALLET MECÁNICO 

Debuta esta noche en el Liceu de Barcelona, COPPÉL-i.A., versión futurista de Los Ballets de Montecarlo. El mundo de la I.A. empieza a inquietar a los coreógrafos. Revisamos la extraña relación ballet/informática…

 

 

Texto_OMAR KHAN Fotos_PABLO LORENTE

Madrid, 26 de julio de 2023

Nada de muñeca inerte sentada en la ventana. La Coppelia que presenta desde esta noche y hasta el próximo domingo 30 de julio, Jean-Christophe Maillot y Los Ballets de Montecarlo en el Teatre El Liceu, de Barcelona, está muy alejada de la inocencia y tono naif del ballet original, una fábula creada por Arthur Saint Leon en 1870, que se ha hecho tremendamente popular como ballet infantil. Maillot se ubica más cerca de Silicon Valley y los peligros del chatGPT en su versión cibernética, en la que Coppelia, aquí llamada COPPÉL-i.A., ya no es una muñeca ingenua sino un robot dotado de inteligencia artificial que desarrolla sentimientos propios, se enamora de Franz, y aún más lejos, da señales de maldad e instintos asesinos.

Por su parte, el Scottish Ballet he venido presentando una versión propia de Coppélia, que les ha montado el tándem Jess & Morgs, que la desarrolla directamente en Silicon Valley en época actual, donde llega la periodista Swanilda con su novio Franz, con la idea de entrevistar al genio informático que ha creado a Coppélia, un robot humanoide extraordinariamente parecido a una bella mujer. En 2009, sin tener que irnos demasiado lejos, Eduardo Lao creó para el hoy extinto Ballet Ullate, de Madrid, su Coppélia también futurista que, una vez más, imagina a la muñeca de la ventana del siglo XIX, como un robot en un laboratorio del XXI con aspiraciones a convertirse en dulce señorita. Como se puede apreciar, la idea de Jean-Christophe Maillot para Los Ballets de Montecarlo no es del todo original.

Pero allí donde los dos ballets citados persisten en la idea de una gran producción para público familiar, con aspecto de musical de Broadway el escocés y con acento humorístico y ligero el español, el monegasco difiere por su tono oscuro, su vaticinio nefasto sobre una [mala] evolución de la inteligencia artificial y la reconversión de Coppélia en un robot temible que se gana la ansiada libertad e independencia matando al creador. Quizá sean puntos de partida idénticos pero se dirigen a diferentes puertos.

En cualquier caso, lo que se puede constatar es que la danza va demostrando cada vez más interés por llevar a escena la problemática y desafíos que suponen la robótica, la inteligencia artificial y las nuevas y sofisticadas tecnologías. En este sentido, aumenta en la ficción dancística la participación de máquinas en el escenario imitando y ocupando el rol de bailarines.

 

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Bailarines mecánicos

En Robot (2017), Blanca Li experimentaba con prototipos NAO, encantadores robots pequeñitos de uso científico, aquí re-programados para bailar con su compañía parisina, llegando a tener una escena en la que unos insólitos robots japoneses capaces de producir música, “tocaban” para los NAO, que “bailaban” armónicos en un acto de legítima danza escénica en la que no había un solo ser humano sobre el escenario. En el otro lado del mundo, en Taiwan, el coreógrafo e inventor Huang-Yi ha diseñado un robot industrial que interactúa bailando con él en la sorprendente -y muy exitosa- propuesta Huang-Yi & Kuka (2015). Son apenas dos ejemplos de una práctica que ya parece convertirse en tendencia.

Hasta hace algunos años, tampoco tantos, la danza de ciencia ficción era más bien una rareza, aunque tuvo su origen probablemente en el llamado ballet mecánico, inventado por Oskar Schlemmer, en 1922, para la Bauhaus alemana. Su Triadic Ballet (en la foto inferior) se convirtió en una aproximación a robots y seres del futuro, que ha devenido en clásico. Pero de allí en adelante, pocas oportunidades tuvimos de ver danza interesada por asuntos futuristas.

Sin embargo, la subida actual a primer plano de nuestras vidas de la robótica y la informática, el chatGPT y la inteligencia artificial sumado a los avances en tecnología del espectáculo, han ido visiblemente inquietando y fascinando, a un tiempo, a nuevas generaciones de creadores.

En Mallorca, Catalina Carrasco, directora de su compañía Baal, una de ellas. Su pieza Ginoide, ambientada en el Londres de 2029, supone el dilema moral de un hombre que embaraza a una robot de servicios sexuales, tema idéntico que ocupa su reciente pieza de calle Superfrau, en la que bailarinas haciendo de robots-prostitutas del futuro increpan a espectadores y transeúntes vendiendo sus encantos.

En una línea de danza de anticipación, la jovencísima coreógrafa canadiense Dorotea Saykaly, estrenó en mayo del año pasado con el Ballet BC, de Vancouver, RELIC, en la que aborda el no menos inquietante asunto de los replicantes, desde un lenguaje que combina los movimientos desarticulados que aprendió con Marie Chouinard y Sharon Eyal, para quienes ha bailado, con una puesta en escena tremendamente sofisticada.

 

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Robots vintage

En otra dirección, con un tono más distendido que, en realidad, es imitación vintage de la ciencia ficción serie B de los setenta, la compañía norteamericana Wonderbound, de Denver, estrenó, en 2017, la muy deliciosa Celestial Navigation, en la que su director artístico Garrett Ammon saca inspiración de películas como Barbarella o Blade Runner para crear una fantasía futurista liderada por una heroína que viaja por el espacio sideral combatiendo robots malos y otros bichos mecánicos.

Pero en cambio, en Centaur, una puesta en escena tecno-deslumbrante montada recientemente por el Danish Dance Theater, su ex director (hoy ha sido sustituido por la valenciana Marina Mascarell), el ascendente coreógrafo Pontus Lidberg, presenta una reflexión profunda sobre la inteligencia artificial y sus peligros desde el uso mismo de algoritmos y un complejo sistema informatizado diseñado exclusivamente para la pieza, que hace que cada representación sea distinta. Es otra de las vertientes que toma fuerza en escena, partiendo desde la pregunta ¿podrían las máquinas crear danza?

Uno de los primeros que se la hizo fue el precursor de la danza posmoderna norteamericana Merce Cunningham, quien en 1990, cuando estos asuntos no eran preocupación de casi ningún coreógrafo, creó obras a partir de Life Forms, un software con autonomía para diseñar movimientos. Desde entonces y hasta ahora, este interés ha ido creciendo a medida que se van perfeccionando nuevas formas de inteligencia artificial.

En los últimos cinco años artistas e instituciones como Bill T. Jones o la Graham Company han estado trabajando e investigando para Google Arts and Culture, dependencia del gigante tecnológico que ha lanzado el Living Archive, un atlas interactivo que recopila hasta medio millón de movimientos extraídos del repertorio del reputado coreógrafo británico Wayne McGregor, que permite al usuario obtener combinaciones completamente originales que terminan creando “una coreografía nueva” de McGregor, en la que él no ha intervenido.

ARTÍCULO RELACIONADO: LOS BALLETS DE MONTECARLO / CANAL (susyq.es)

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