MONTSE COLOMÉ EN PRIMERA PERSONA
Artista de la danza, ha querido compartir sus experiencias como testigo y partícipe de la danza contemporánea en este país con un solo que estrena hoy en el Grec. Le hemos pedido que, por favor, nos relate esta vida de danza y humildad. Y esto nos contó…
Texto_OMAR KHAN Fotos_ TRISTÁN PÉREZ-MARTÍN
Barcelona, 21 de julio de 2023
“Yo me siento artista de la danza, incluso dando clase. Cuando empezaba, aquí en Barcelona, tenían que ponerte una etiqueta de moderna o de clásica, y a mí esto me molestaba un poco porque siempre he sido muy anti-etiquetas. Por aquel entonces hacía espectáculos con una amiga y siempre nos costaba que vinieran los críticos, porque los de teatro nos veían como danza y los de danza como teatro, así que no venía ninguno. Ahora todo esto por suerte ha cambiado. Pero yo he tenido mis épocas de coreógrafa, otras de ayudante coreografía y de dirección en teatro y musicales, ha habido también épocas de intérprete… yo creo que la que tengo más afincada es la de maestra porque incluso coreografiando hay una parte didáctica.
Son 60 años en esto y he querido celebrar que estoy viva y que tengo un cuerpo, con este solo que he llamado Celebration. Un ball parlat [Celebración. Un baile hablado, que se presenta hoy, 21 y mañana, 22 de julio, en La Caldera, de Barcelona, en el marco del Festival Grec], en el que aprovecho para hablar de la danza y de mi trayectoria, pero me gusta mucho la idea de que gente que no tenga ese deseo de ser profesional venga a verme y pueda bailar conmigo, porque aparte de ser mi profesión, la danza es un acto terapéutico y creo que necesario para poder desenvolverte en este mundo a veces tan complicado que vivimos.
Así que durante la representación, que voy cambiando según el espacio y el lugar, les cuento un poco mis inicios, mis experiencias artísticas y lo que ocurre cuando te dedicas a la danza y el cuerpo envejece. No es nada pretencioso, es muy sencillo, pero cuentas cosas que sorprenden. Empezando por lo que significa coreografiar. No sabes la cantidad de veces que me han llamado escenógrafa, incluso oceanógrafa. Por eso les explico cómo he coreografiado personas pero también patinetes, bicicletas o armarios, abro esa ventana de lo que quiere decir coreografía, porque siempre la imaginamos como danza pero a mí me han pedido coreografiar cosas como delirios o un caos.
Trabajando con Lluis Pasqual en una ópera, me decía ‘Mira Montse, esto es un bar, y yo necesito que se sienta que esta gente que sale se la ha pasado bien, quiero que me crees un rastro de danza’… y yo me preguntaba ¿cómo se puede crear un rastro de danza? Pero yo tengo dos escuelas, totalmente opuestas, que han sido muy importantes en mi trayectoria. Así que para resolverlo me ayudó mucho haber trabajado con Carles Santos, que era tan abstracto y minimalista, y con Comediants, que trabajaba para todos los públicos con un lenguaje claro y abierto. Estas experiencias me han ayudado a tener una mirada ancha”.
Trabajadora social
“Siempre digo que lo mío con la danza no es vocacional. Mi madre y mi padre se educaron en la época de la República Española y eran republicanos de verdad. A mi hermano [el músico, investigador, diplomático y apreciado colaborador de susyQ Delfín Colomé, ya fallecido] y a mí nos llevaron a la misma academia donde mi madre y todos mis tíos habían asistido. Esto tuvo un impacto en mí.
Fue en 1961 cuando hice aquella primera danza que ahora comparto con el público, yo tenía cinco años, y lo recuerdo perfectamente. Al final, nos confundimos, y tenías que salir con tu pareja, y nosotras terminamos saliendo las dos niñas cogidas de la mano y lo mismo los dos niños, con lo que eso suponía en aquella época. Era obvio que nos habíamos equivocado. Pero esa danza se me ha quedado en la memoria. Es como la música, que se instala en un lugar del cerebro casi indestructible.
Pero de jovencita hice el Servicio Social, que en la época franquista era el equivalente para chicas al servicio militar de los chicos, y te servía entre otras cosas para poder sacar el pasaporte. Yo lo hice porque tenía ganas de irme a estudiar danza en la Escuela de Rossella Hightower, en Cannes, pero haciendo este servicio descubrí que me interesaba mucho el trabajo social. Fui a hacer el servicio en una guardería que llevaban unas monjas vascas que se encargaban de cuidar niños de mujeres que estaban presas. Entrar en este mundo, meterte así en una problemática social, despertó en mí una conciencia muy grande, me generó muchas preguntas y quise prestar servicio, dedicarme a ello. Lo que pasa es que no existía esa carrera entonces, así que mis padres me convencieron de seguir camino en la danza, pero esa parte social, esa necesidad, nunca se fue.
Yo tengo algunos alumnos, seis o siete, que son de por vida, porque encontraron una salida en la danza, no una salida profesional sino emocional, gente que a lo mejor era tímida o tenía problemas de comunicación y que en un momento determinado de la vida, les abriste un camino que ha significado mucho para ellos. Eso explica esta parte de mi solo en el que pongo a la gente a bailar, porque es algo que tengo muy asimilado”.
Los inicios
“Cuando Anna Maleras empezó con la idea de formar gente para la danza contemporánea en este país trajo muchísimos profesores americanos, que solo iban a Francia o Alemania, al famoso cursillo de verano de Colonia. Ella se inventó los cursos de verano en Palma de Mallorca la primera quincena de agosto y allí me encontré con gente de toda España, desde Carmen Senra a La Ribot, pasando por Olga Mesa, gente de todas partes que quería aprender. Estos cursos fueron importantísimos para el desarrollo de la danza contemporánea y moderna en toda España.
A mí que me ha gustado siempre la danza terrenal, la del suelo y el ritmo, que fue por lo que estudié flamenco, que era lo que entonces había, me interesó mucho el aspecto afroamericano, así que a finales de los setenta me fui a Nueva York a la escuela de Alvin Ailey pero no fue lo único. Hice Limón, aprendí claqué y, sobre todo, vi muchos espectáculos casi cada día.
De Nueva York aprendí algo muy importante que fue perder la sensación del ridículo, porque aquí en España estábamos siempre muy preocupados por las formas y de pronto descubrí esa escuela de gente afroamericana, con cuerpos grandes y pequeños, con más peso o menos peso, a las que enseñaban a bailar y no era tan importante la forma de sus cuerpos. Me liberé de muchas presiones que estaban muy presentes y que todavía hoy siguen muy presentes. Es algo de lo que también hablo en el solo, del cuerpo no normativo.
¿Tentada a quedarme en Estados Unidos? Sí, claro… pero estaba enamorada de alguien que vivía aquí en Barcelona y regresé por amor. No me he arrepentido nunca. Estuve dos años allí pero aquí tenía cosas para compartir, me metí mucho en el teatro y pude desarrollar lo aprendido. En Comediants estuve tres años de intérprete y con ellos viajé muchísimo. Fui la última persona que entró a formar parte de la comunidad, porque ellos vivían juntos, y yo me fui con ellos a Canet del Mar. Para mí aquello fue una vivencia muy importante y fíjate, dejé a la persona de la cual yo estaba enamorada y por la que no me quedé a vivir en Nueva York. Dejé este idilio y puse por delante la experiencia con Comediants. La vida, muchas veces, me he llevado a tomar decisiones difíciles.
Pero hay una cosa muy bonita de haber sido parte de los inicios. Yo vi nacer y compartí nacimiento con muchas compañías importantes y también he ayudado a muchos en sus inicios. Fui la primera ayudante de coreografía de Ramón Oller. Muy importante también ser la primera presidenta de la Asociación de Profesionales de la Danza de Cataluña, fueron ocho años lidiando con los políticos y discutiendo. Esto también ha sido importante para mí, el poder dedicar un tiempo a mi profesión”.