LA INFANCIA DEL ARTISTA
En ‘Seises’, el creador y bailaor sevillano mira hacia atrás y se reencuentra con su yo niño. Desde mañana y hasta el sábado, la bailará en el Centro Condeduque, de Madrid. Reflexionamos sobre su nueva propuesta…
Texto_JORDI SORA I DOMENJÓ
Madrid, 18 de octubre de 2022
Israel Galván (Sevilla, 1973) ha indagado en su pasado. El más íntimo, el más comprometido. En otras obras anteriores se había relacionado con la memoria, en formato histórico, desde la cual proyectaba su idea de flamenco. Era necesario, tanto para confirmar una filiación, un hilo de continuidad que quizás algunos todavía cuestionen, como para posicionar su baile entre lo contemporáneo. De ahí su aproximación, sin complejos, a otros estilos, con los cuales conversar en libertad. En su trabajo, “presente” es sinónimo de transformación del pasado. Esa es su grandeza de bailaor y el motivo por el cual aficionados no estrictamente familiarizados con los palos hayan convertido al sevillano en artista de referencia.
En Seises ha unido sabiamente esas constelaciones, constantes en su creación, pero para pasarlas por el tamiz de la emoción y el recuerdo de la infancia. Y casi le ha salido un ajuste de cuentas en toda regla. La danza sagrada, origen de la pieza y del título, aún pervive en la catedral de la capital andaluza, bailada y cantada por una agrupación de chiquillos en tres momentos destacados del calendario católico.
En el estreno de esta nueva creación, el verano pasado, en el Mercat de les Flors, en el contexto del Festival Grec de Barcelona 2022, Galván invitó a la Escolanía de Montserrat, uno de los coros de niños cantores más antiguos de Europa y ahora para las funciones que desde hoy y hasta el próximo sábado 22 realizará en el Centro Condeduque, de Madrid, se ha traído a escena al Coro de Voces Blancas Pequeños Cantores de la JORCAM. No se trata, en todo caso, de reproducir aquella tradición. Es más bien un ejercicio para ilustrar, en la tercera parte del espectáculo, la experiencia vivida por el mismo Galván: espectador, de pequeño, de aquella manifestación cultural.
Así es el juego de la pieza: resuena en el escenario su recuerdo, contemplando ese baile y cante. Se entrelaza con su propia tradición familiar, hijo de bailaores. Recrea un legado que proviene de más allá del siglo XVI, con su vestimenta gótica y una mirada inocente sobre la infancia. Reajusta la figura del más contemporáneo y universal bailaor de nuestros días; y lo fusiona con el trabajo polifónico y coral que actualmente llevan a cabo agrupaciones como la que representa aquí la de la Basílica de Montserrat.
Por el medio se cuela una queja discreta, audible, en forma de recuerdo que no sabemos si es real o figurada, pero que da mucha información de la posición de Israel Galván en el contexto del flamenco: “tú no sabes tocar los palillos”, se repite insistentemente en un momento determinado. Quizás un cuestionamiento de la mano de los sectores más esencialistas frente a la ruptura vanguardista del trabajo que representa. O sencillamente un reto del propio artista frente a la inquietud desde la que plantea esa conexión. La respuesta queda clara con esa percusión imposible con todo tipo de objetos y espacios del cuerpo; a la manera como el cristianismo dibuja en la carne el dolor del crucificado, la segunda sección de esta obra amplia y compleja. Quizás el más comprometido envite, con una mirada displicente y acusadora hacia la propia infancia de este artista flamenco.