GORE, DESTROYER, KAMIKAZE...
Con una mirada nada convencional hacia el ballet romántico, Florentina Holzinger debuta en Teatros del Canal con ‘Tanz’. Hablamos con ella…
Texto_BEGOÑA DONAT Fotos_NADA ZGANK / CITY OF WOMEN
Madrid, 07 de febrero de 2022
La coreógrafa y bailarina austríaca Florentina Holzinger (Viena, 1986) asegura que experimenta idéntico placer en una ópera que viendo una buena película de terror en casa. De ese ecléctico disfrute se nutre un acercamiento a la danza donde se filtran guiños al cine de género. Desde el 09 y hasta el 11 de febrero, se instala en los Teatros del Canal de Madrid con Tanz, última entrega de una trilogía (iniciada con Recovery y continuada con Apollon) que homenajea el ballet romántico de principios del siglo XIX al tiempo que plantea, en una atmósfera de giallo (cine gore italiano de los setenta), la controversia de su génesis en la satisfacción de la mirada masculina.
Formada como coreógrafa en la SNDO, escuela de coreografía de Ámsterdam, usa un lenguaje directo, con afición por lo femenino, el motocross, la locura, los desnudos y el caos. Su nueva producción, Divina Comedia, una reinvención de Dante y lo dantesco, está girando con éxito (y polémica) por toda Europa. Por lo pronto, es Tanz la que supone su primer contacto con el público español.
Tanz está llena de guiños a la película Suspiria (Dario Argento, 1977). ¿Por qué le remite la danza al género del terror?
Mi aproximación al ballet no solo es a través de la danza, sino también de la mano del cine y de cierta estética gore. La preparación física del ballet crea la ilusión de un cuerpo ligero, que emplea una técnica para desafiar la gravedad. Son aspectos que remiten a las hadas y al ballet romántico, pero en Tanz quiero contradecir esa imagen de la bailarina en tutú que se eleva sobre sus zapatillas de punta sin ningún esfuerzo, y mostrar su dolor de manera muy explícita. De hecho, en la obra, se ve un cuerpo penetrado por agujas.
¿Intenta subrayar la dictadura a la que se somete el cuerpo en la práctica del ballet?
En último término no quiero criticar el ballet. De hecho, en cierto modo, es un homenaje: representamos cuerpos empoderados de personas que han elegido someterse a su férrea disciplina. Así mismo, quería compartir los aspectos que personalmente me gustan, como ese elemento etéreo, como de película de Disney, así como el deseo humano de volar, tan presente en todos nosotros, nos guste o no el ballet. No es tanto atacarlo como pasado de moda o poco saludable, cuanto dar visibilidad a aspectos que están escondidos a propósito o en los que no reparas. La danza clásica es un campo de juego para asuntos muy complejos en torno al cuerpo femenino sobre el escenario, en general, y en el ámbito de la danza, en particular.
¿Cómo cuáles?
Su relación con el porno, por ejemplo. Se trata de dos géneros muy yuxtapuestos, que tienen más cosas en común de las que pensarías, en términos de estilización, de desarrollo de los personajes y de lo grotesco. El ballet se construyó en origen para la satisfacción sexual de la mirada masculina. Las coreografías permitían exponer el cuerpo de la mujer en ciertas posiciones que daban una perspectiva placentera al que miraba. La entrepierna de la bailarina está expuesta en un 90% de la totalidad de la obra, pero al mismo tiempo, son propuestas muy pacatas, porque la sexualidad no se expresa de manera abierta.
Su formación ha sido en danza contemporánea. ¿A qué responde un tributo a una disciplina que le es ajena?
Me interesa la fricción de no pertenecer al mundo del clásico y de no tener un cuerpo normativo para su práctica, aunque he de decir que de niña tampoco soñaba con convertirme en bailarina de ballet.
¿Qué persigue con la decisión de desnudar al elenco?
Hay una razón estética de peso, porque el ballet se apoya, en gran medida, en la imaginería de la Grecia clásica y en las pinturas barrocas, donde los cuerpos aparecen desnudos. Mi intención es mostrar el cuerpo como herramienta de la forma más transparente posible, así como su aspecto durante la preparación física. También hablar sobre la sexualidad. De esta manera puedo abordarlo de una manera muy explícita desde el minuto uno y, a partir de ahí, pasar a otros asuntos. Mi objetivo es plantear al espectador desde el primer momento que se halla ante un cuerpo femenino y que la mirada proyectada sobre él está sexualizada.
Ha convocado a la octogenaria Beatrice Schoenherr, la primera que interpretó desnuda La consagración de la primavera [John Neumeier, 1972]. ¿Por qué era importante reivindicarla?
Porque siendo una bailarina de formación muy clásica tenía una actitud abierta con su propio cuerpo, algo que no encuentras a menudo en la danza clásica. Ahora dudo que en los ballets populares aparezca el reparto desnudo, vuelve a haber mucha ropa interior color carne. Era más progresista entonces.
Su elenco son bailarinas entre 20 y 80 años. ¿Qué aporta la diversidad generacional al conjunto?
Hay una dinámica muy interesante en la relación entre el maestro y el alumno, entre la vieja generación y la nueva. Me considero una artista a mitad de mi carrera, así que también trato de mantener una conversación con las generaciones que vienen, porque las cosas han cambiado mucho en términos de políticas de género. Aunque, principalmente, quería abordar el legado. Cuando hablamos de ballet, lidiamos con diferentes tradiciones de una historia que se remonta 300 años atrás. He tenido un golpe de suerte al contar entre el reparto con alguien que ha bailado ballet durante más de 60 años sobre escenarios en todo el mundo. Esa presencia se convierte en un estudio aplicado de cómo lidiar con la tradición y encontrar tu camino en el siglo XXI y señala cómo han cambiado ciertas formas de representación no sólo desde hace 300 años, sino desde hace 100 y desde hace incluso 30.
