¿Y AHORA QUÉ?
María Pagés convocó a la profesión a charlar sobre las consecuencias del coronavirus para la danza. Y esto fue lo que Rubén Olmo, Antonio Ruz, Aída Gómez, Antonio Zoido y Claudia Morgana le contaron…
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Texto_OMAR KHAN
Fuenlabrada, 27 de junio de 2020
Avanzamos hacia la nueva normalidad. ¿Qué huella ha dejado el coronavirus en la danza? ¿Qué cambió? ¿Qué va a cambiar? ¿Qué va a pasar? ¿Qué vamos a hacer? … las preguntas son muchas y la coreógrafa y bailarina María Pagés, desde el centro coreográfico de Fuenlabrada que lleva su nombre, quiso respuestas de la profesión el pasado jueves 25 de junio. Con este tema preocupante y urgente, la mesa redonda Danza española en la era del covd19 dejó inaugurado el ciclo de conferencias Pensar la Danza, que se extenderá a lo largo de todo el año en esta casa.
Invitó Pagés a su mesa a una gama representativa del amplio espectro de la danza nacional, dando voz a Rubén Olmo, director del Ballet Nacional de España (BNE); al creador Antonio Ruz; a Aída Gómez, directora del Festival Madrid en Danza; a Antonio Zoido, director de la Bienal de Sevilla y a Claudia Morgana, en representación de FECED, la federación estatal de compañías y empresas de danza. Todos ellos ofrecieron sus reflexiones alrededor de los enigmas sobre la mesa.
¿Cómo afectó el confinamiento? fue el primero de ellos. “Nunca hemos vivido un tiempo tan largo con los teatros cerrados y con consecuencias tan catastróficas”, adelantó María Pagés para animar el debate.
Confinados
“Puedes hacer muy poca cosa si no tienes espacio y los flamencos tenemos el añadido del ruido que molesta a los vecinos. El confinamiento ha reactivado mis dolores de lesiones antiguas, no hubo capacidad de concentración, fue muy complicado”, relataba Rubén Olmo. Para Antonio Ruz, no fue demasiado diferente. “Estuvimos bloqueados”, rememora. “No me sentía ni creativo ni inspirado, y no quería dejar salir a los fantasmas. Lo que sí hice fue mucho trabajo de mesa… leí, investigué. Pero mis bailarines lo han pasado mal. Perder un bolo equivale a no pagar la mitad del alquiler”.
En el mismo período, los programadores y directores de festivales iban aterrorizados en un desbocado vagón de montaña rusa, con un bombardeo de directrices cambiantes que les desmoronaban los planes día a día. “El Estado de Alarma nos vino cuando acabábamos de cerrar la programación y al principio creí que todo esto terminaría con el teatro. Pensamos en toda clase de soluciones incluida una virtual en espacios emblemáticos de Sevilla, pero lo que siempre tuve claro fue que había que salvar la Bienal”, apunta Antonio Zoido.
Para Aída Gómez fue aún peor, pues el Festival Madrid en Danza, ahora mismo en curso, había cambiado de fechas. “A finales del año pasado nos habían anunciado que el festival pasaba de diciembre a junio, así que ahora coincidía con estos días en los que había tanta necesidad de subir el telón, de que la gente viniese de nuevo al teatro, aunque fuese en condiciones limitadas. Pensé primero en hacerlo al aire libre y contacté con compañías de Madrid, pero luego supe que debían ser trabajos unipersonales y que se quedaba en seis funciones solamente. Además debía decirle a los artistas, que llevaban tiempo confinados, que tenían apenas dos semanas para estrenar”.
Cada quien lo vivió (y sufrió) desde la perspectiva que más le afectaba. “Para nosotros la preocupación, desde el primer momento, fue la económica”, intervino Claudia Morgana de FECED. “No hubo mala intención pero todas las ayudas generadas desde el Estado parecían ignorar al sector. Hubo mucha comunicación desde el principio, y fue muy fluida, con autoridades generales, autonómicas y locales hasta que tras muchas reuniones conseguimos que se reconociera el paro para artistas. Y ahora lo bueno sería que se quedara para siempre”.
¿Algo bueno que decir?
Con todo lo malo, la emergencia ha desvelado aspectos desconocidos o emergentes de esta profesión. La crisis ha sido y sigue siendo horrible, pero alguna cosa buena ha traído según los ponentes. “Yo creo que esta pandemia nos ha unido. He sentido mucha solidaridad entre todos, mucha unión y empatía”, aseguraba convencido Antonio Ruz. “La pandemia nos ha puesto a funcionar”, opinaba Morgana. “Ha costado mucho lograrlo pero el sector ya estaba organizado y federado cuando estalló la crisis y no fue que cada uno salió a salvar lo suyo. Ha funcionado bien, ha sido bidireccional”.
Desde luego hubo un parte de la danza que lo ha pasado peor, y es aquella que ha vivido siempre en la periferia de la legalidad. Pagés ha entonado el mea culpa y ha sido autocrítica con todos esos artistas que se mueven fuera de la normativa legal. “La propia profesión debe empezar por creer que esto es una profesión”, apuntaba en este sentido Aída Gómez.
Se abordaron otros temas. Entre ellos, el miedo del público a volver a un teatro o cómo seguir adelante con las nuevas imposiciones de seguridad. “El público tiene la posibilidad de la mascarilla, de mantener la distancia social, tiene formas. A mí me preocupan más los bailarines en el escenario”, apuntaba Morgana, a lo que Antonio Ruz le replicaba con lo que está siendo su nueva realidad como creador. “Trabajo en una obra ahora mismo en la que no he podido montar duetos con contacto físico. La pandemia me limita. Llego al estudio y hay que conservar dos metros de distancia, y mi arte es muy de contacto”.
También se abordó la reciente problemática surgida alrededor de las nuevas tecnologías y la danza gratis online. Pero Rubén Olmo no se mostró demasiado preocupado. “Yo creo que la danza no es para verla a través de una pantalla. Hay que vivirla. La usamos, es una herramienta. En el BNE nos viene bien emitir alguna actividad en streaming, lo que nos permite llegar a todos los conservatorios pero nunca para sustituir la experiencia de un espectáculo”, concluyó.